«Déjame poseerte, prometo no herirte demasiado, pero deja que tome tu cuerpo para sentir... para estar vivo».
¿Tentador, verdad?
Más o menos esto es lo que diría un personaje a su creador momentos antes de iniciar el proceso creativo. Y ante esta situación el escritor puede, o bien responder con un NO tajante, cadenas y latigazos, o bien con un leve asentimiento, dejándole entrar... A pesar de los riesgo.
Los personajes son parte de nosotros, nacidos de nuestra mente y concebidos por nuestra imaginación (o puede que no, puede que sean voces y ecos de otro mundo que nos ha elegido para contar su historia), lo lógico es pensar que tenemos absoluto control sobre ellos, pero la realidad, confirmada por muchos autores, es que los personajes gozan de vida propia, y al igual que el Anillo Único, se deslizan por veredas y caminos imprevistos para lograr salirse con la suya, nos guste o no.
Más o menos esto es lo que diría un personaje a su creador momentos antes de iniciar el proceso creativo. Y ante esta situación el escritor puede, o bien responder con un NO tajante, cadenas y latigazos, o bien con un leve asentimiento, dejándole entrar... A pesar de los riesgo.
Los personajes son parte de nosotros, nacidos de nuestra mente y concebidos por nuestra imaginación (o puede que no, puede que sean voces y ecos de otro mundo que nos ha elegido para contar su historia), lo lógico es pensar que tenemos absoluto control sobre ellos, pero la realidad, confirmada por muchos autores, es que los personajes gozan de vida propia, y al igual que el Anillo Único, se deslizan por veredas y caminos imprevistos para lograr salirse con la suya, nos guste o no.
Ante semejante desafío a su autoridad, muchos escritores deciden encadenar a sus personajes: no les dejan hablar ni expresarse más allá de las estructuras preconcebidas que éste tiene para el relato. Y el resultado, salvo que seas un grandísimo narrador, suele ser nefasto.
¿Por qué? Bueno, para empezar porque les quitas la voz. Y no, no me refiero a la voz narrativa, sino a la VOZ con mayúsculas, al alma del personaje, su todo. Esa creación tuya, pasa de ser un ente a ser una marioneta, y esa es la sensación que van a tener tus lectores: la de estar viendo un teatro de hermosos y perfectos títeres, disfrutable hasta que te percatas que todas las voces suenan igual, porque todas son la voz del titiritero. ¿Eres escritor o titiritero?
Si eres escritor, vas a tener que arriesgarte por el otro sendero: prestarle tu cuerpo.
Ya lo sé, lo otro es más fácil y se ajusta al esquema de tu historia con más exactitud... bla bla bla. Pero también es menos arriesgado, dificultoso e interesante (sí, estoy apelando a tu ego de escritor... y te gusta). Tú quieres crear historias para enmarcar, obras magnas de la literatura que trasciendan... Bueno, Fausto, pues toca pactar con el demonio.
Tratar con personajes se parece mucho al mito fáustico: tú tienes el deseo de escribir y tu personaje la capacidad de darte una gran historia. El trato es inevitable. Pero como en todos los pactos con un demonio, hay que ir con cuidado y no salirse del círculo, so pena de condenarte por toda la eternidad.
Me explicaré.
Es tentador dejarse llevar por tus personajes, permitir que sean ellos quienes obren a su voluntad y gusto. ¿Quién va a saber mejor que ellos cómo moverse en su universo? Conocen su entorno al detalle, pueden ser la clave para lograr esa historia viva que tanto anhelas.
Y sí, la sensación de meterte en la piel de un personaje puede ser orgásmica: ves el mundo con sus ojos, sientes lo que él siente, notas sus pensamientos, sus deseos... Sois un todo, y la escritura fluye en un torrente guiada por la pasión este nuevo huésped.
Y para cuando te quieres dar cuenta has dejado de ser tú, escritor y dios de tu mundo, quien mueve los hilos. Te has convertido en el títere de tu creación, y eso es tan o más nefasto todavía que amordazar a tus personajes.
¿Entonces qué? ¿Lo ato o lo dejo que me mangonee?
Ni lo uno, ni lo otro. Lo mejor es optar por un término medio, por una posesión a tiempo parcial. Así, dejas que tu personaje se exprese libremente pero sin estar sujeto a sus caprichos.
Es muy sencillo de conseguir: desata a tu personaje durante el proceso previo a la escritura y toma notas. Muchas. Todas las que quieras. Para hacerlo más fácil, tómalas en primera persona. Y después das un paseo para refrescarte, y sólo cuando estés tranquilo (y seguro de que no hay rastro de tus personajes) te pones a escribir con las notas delante, porque a la hora de redactar tienes que ser tú quien controle el proceso, nos tus creaciones.
Advierto: puede que oigas susurros molestos y quejas (cuando no malas palabras) de tus personajes. Es normal. Si eres un buen escritor vas a putearles (si no sabes cómo, te dejo este fantástico artículo de @Excentrya para que aprendas un par de trucos), y eso no les gusta, pero tu trabajo es crear conflictos, así que ignóralos.
De esta manera lograrás mantener la voz de tus personajes sin que ellos estrangulen la tuya. Es un buen trato, ¿no?
Y hasta aquí este manual para tratar condemonios personajes. Espero que os haya sido de utilidad. Podéis compartir vuestra experiencia en los comentarios para enriquecer este artículo (y para hacerme un poquito más feliz, que sé que me leéis y no decís nada, sois muy tímidos ^^'). ¡Nos leemos!
Un escritor cediendo ante su personaje (o Fausto y Mefisto) |
Es tentador dejarse llevar por tus personajes, permitir que sean ellos quienes obren a su voluntad y gusto. ¿Quién va a saber mejor que ellos cómo moverse en su universo? Conocen su entorno al detalle, pueden ser la clave para lograr esa historia viva que tanto anhelas.
Y sí, la sensación de meterte en la piel de un personaje puede ser orgásmica: ves el mundo con sus ojos, sientes lo que él siente, notas sus pensamientos, sus deseos... Sois un todo, y la escritura fluye en un torrente guiada por la pasión este nuevo huésped.
Y para cuando te quieres dar cuenta has dejado de ser tú, escritor y dios de tu mundo, quien mueve los hilos. Te has convertido en el títere de tu creación, y eso es tan o más nefasto todavía que amordazar a tus personajes.
¿Entonces qué? ¿Lo ato o lo dejo que me mangonee?
Ni lo uno, ni lo otro. Lo mejor es optar por un término medio, por una posesión a tiempo parcial. Así, dejas que tu personaje se exprese libremente pero sin estar sujeto a sus caprichos.
Es muy sencillo de conseguir: desata a tu personaje durante el proceso previo a la escritura y toma notas. Muchas. Todas las que quieras. Para hacerlo más fácil, tómalas en primera persona. Y después das un paseo para refrescarte, y sólo cuando estés tranquilo (y seguro de que no hay rastro de tus personajes) te pones a escribir con las notas delante, porque a la hora de redactar tienes que ser tú quien controle el proceso, nos tus creaciones.
Advierto: puede que oigas susurros molestos y quejas (cuando no malas palabras) de tus personajes. Es normal. Si eres un buen escritor vas a putearles (si no sabes cómo, te dejo este fantástico artículo de @Excentrya para que aprendas un par de trucos), y eso no les gusta, pero tu trabajo es crear conflictos, así que ignóralos.
De esta manera lograrás mantener la voz de tus personajes sin que ellos estrangulen la tuya. Es un buen trato, ¿no?
Y hasta aquí este manual para tratar con
Genial, explicado así pareciera que los escritores son algo así como cultores del diablo o esquizofrénicos sin remedio. Pero me gusta (y lo sabes) la manera en que explicas el trato faustiano que hay entre el escritor y sus creaciones.
ResponderEliminarSaludos!
Es muy metafórico, pero sí, la relación entre un escritor y sus personajes se parece bastante a un pacto con el demonio: hay que saber fijar bien los límites para que tus creaciones no acaben por arrastrarte ^^'
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