Porque no hay que dejar morir el amor por los libros...
Existen pocas cosas más descorazonadoras para un amante de la lectura que el verse solo en su afición. Esto, por desgracia, resulta bastante habitual, sobretodo entre los jóvenes de nuestro país (y supongo que de todo el mundo).
No estoy diciendo que la juventud no lee, eso es una mentira muy grande: simplemente no mantienen este hábito cuando alcanzan la edad adulta.
¿Cuál es la causa de este abandono de la lectura pasado el periodo educativo obligatorio?
Todo indica que las tomas de contacto previo con el mundo de los libros son las responsables de que, cuando se abandona la secundaria, un gran número de jóvenes destierre el placer de la lectura de sus vidas.
Duele pensar que "disfrutar un libro" signifique esto para muchos |
Esto es debido a que las lecturas que se les han presentado durante su infancia y juventud no han sido capaces de atraerles lo suficiente como para mantener tan saludable hábito una vez deja de ser obligatorio leer X libros al año.
Actualmente, con tanto estímulo externo, leer es casi un ejercicio de fe más que una práctica de ocio. Y si a eso le sumamos el toparse con los libros menos indicados en la etapa de consolidación de esta actividad...
Sí, mis estimados lectores: existe un club de Damnificados por Lecturas poco Gratas, de lectores en potencia que se perdieron por culpa de tragarse bodrios infumables.
Así que, hablando en plata, hoy voy a rajar abiertamente de aquellas lecturas que pueden arrastrar a un joven al odio visceral hacia los libros.
¿O acaso tú no detestaste nunca una lectura obligatoria del colegio?
Antes de meternos en materia, quiero hacer un breve inciso para que no se me malinterprete: pese a lo que pueda parecer, no es mi intención cuestionar el criterio de los docentes a la hora de seleccionar las lecturas para sus alumnos.
Al contrario; lo único que pretendo es que mi experiencia previa pueda servirles de ayuda en el momento de realizar dicha selección para evitar que sus alumnos desarrollen un asco crónico a abrir un libro.
Del mismo modo, tampoco pretendo faltar al respeto a los autores y obras que voy a citar como ejemplos, puesto que ellos no son en absoluto culpables de que sus novelas hayan sido impuestas como lectura obligatoria para adolescentes, y lo mismo que menciono estas, podría hablar de otras obras si hubieran sido esas las que se me impusieron.
Ahora sí, vamos al grano, y como suele ser costumbre en este blog, lo haremos mediante un listado:
1. Huye del cliché
Aunque parezca que una novela sembrada de situaciones cotidianas y familiares puede ser idónea para que un adolescente la comprenda y disfrute, esto es un error.
Las novelas con personajes planos, habitualmente de la misma edad que el público objetivo de la obra, no suelen lograr que el lector se sienta protagonista de la misma, sino que la detesten con todo su corazón.
El motivo resulta evidente cuando se analiza con frialdad: se trata de novelas vacías que simulan el entorno del joven en base a tópicos que no suelen ser reales, y que no se aplican al total de adolescentes.
Además, tienen la aberrante costumbre de estar altamente sexualizados. La diferencia entre si el protagonista es un chico o una chica es abismal y habitualmente nociva.
Para hacerme entender con mayor claridad, tomemos de ejemplo Frena, Cándida, frena, de Maite Carranza.
La edición catalana que sufrí |
La premisa de la que parte esta novelita es contarnos la evolución de la jóven Cándida, de quince años, desde el inicio del curso escolar hasta el inicio del verano.
Este libro es el cliché femenino hecho tinta y papel: Cándida es un personaje vacío, una caricatura de una adolescente indecisa, caprichosa, vaga y poco realista que se verá arrastrada a situaciones tan insólitas como irreales.
La autora le forzó no menos de tres amoríos, a cada cual más irreal, que son el hilo conductor de la novela. Y todo esto en un mundo tan irreal que... Bueno, yo lo leía con esta canción en mente.
Pero aunque cueste de creer, las relaciones moñas y los momento de drama queen no son ni de lejos lo peor de la novela, sino el mensaje que transmite.
Esta novela desprecia constantemente la práctica de la lectura: solo dos personajes en toda la novela son amantes de los libros, y esta afición es caricaturizada hasta la ofensa.
La propia protagonista menosprecia este hábito, llegando a parasitar a su hermano (lector) para que escriba por ella un relato para el certamen de la escuela y para que la convierta en experta de principio y finales de novelas para así ligarse a su primer novio (lector) sin haber abierto un libro.
Cándida... digo, Sandy ^^' |
Y por si con esto no teníais bastante, también tiene cierto contenido sexista: Cándida cambia por cada pareja o ligue que se encuentra hasta límites insanos.
Además, es instruida por otros personajes para que aproveche su juventud y su belleza mientras pueda, pues su destino inevitable es casarse y ser una mujer infeliz.
Esa escena, la conversación en el mercado, es de aquellas que me hacen envidiar la falta de retentiva de algunos lectores, pues tanto yo como mi yo de catorce años desearíamos poder olvidarla.
Querría pensar que el problema es de esta novela en concreto, pero no es así. He leído más obras de Maite Carranza, como por ejemplo ¿Quieres ser el novio de mi hermana?, y el tópico sexista y la parodia adolescente se mantienen.
Los motivos para este planteamiento los desconozco, la verdad, pero son causa suficiente para que no recomiende nunca libros de esta autora a un público adolescente.
Además, cuando te obligan a leerlos en lugar de Flanagan porque "son más adecuados para chicas", es imposible no cogerles un poco de tirria... ^^'
Además, cuando te obligan a leerlos en lugar de Flanagan porque "son más adecuados para chicas", es imposible no cogerles un poco de tirria... ^^'
En resumen: los libros que parodian la realidad adolescente, lejos de hacerles sentir identificados, los ofenden o enfurecen por caricaturizarlos.
Si el cliché ofende, que al lector lo tomen por tonto puede llegar a ser tan ofensivo como perjudicial para el desarrollo del aprecio por la lectura.
Entiendo que en libros destinados al público escolar, por causa de su extensión, no se pueda construir una maraña de tramas complejas por la imposibilidad de desarrollarlas; pero eso no quita que no se deba intentar sorprender al lector.
Para explicar este apartado, tomaré como ejemplo El zoo de Pitus, de Sebastià Sorribas.
Este libro está enfocado a un público a partir de diez años (según mi edición), pero su trama es tan simplona y vacía que hasta un niño de seis podría comprenderla.
La historia nos narra las aventuras de un grupo de chavales de barrio, a cada cual más estereotipado, que deciden montar un zoo en el descampado para recaudar fondos para ayudar a su amigo enfermo a viajar a Suiza para tratarse.
¿Surrealista, verdad? Bueno, pues además de irreal y absurdo, el libro es más lineal que la lámina de un estudiante de dibujo técnico de primer curso.
Desde que empiezas a leer sabes cómo va a acabar el libro, la cual cosa quita cualquier motivación para seguir adelante con la lectura de sus casi doscientas páginas.
Pero es que además la obra en sí es un catálogo de malas prácticas y hábitos que, si bien eran normales en el momento en que fue escrito, hoy día deberían estar desterrados de nuestra sociedad.
En sus páginas hallamos:
- Sexismo: las chicas son las que cocinan y cosen mientras los chicos montan el zoo.
- Maltrato animal: Caza, violencia contra los cachorros, exhibición de especies protegidas...
- Discriminación: Ese odio al gitano de la mona no era algo de lo que sentirse orgulloso.
- Abandono infantil: No hay ni un solo adulto que vigile las actividades ilegales de este grupo de menores. Ni siquiera parecen preocupados...
Lo siento mucho, pero ningún niño de hoy día va a entender ni comprender la realidad que describe este libro, que además resulta mortalmente aburrido.
Otra mala costumbre de nuestro sistema educativo es despreciar ciertas obras y conceder pedestales a otras, que se convierten en Lectura Imprescindible (y por ende odiada) de todos los estudiantes del país.
Los grandes clásicos de la narrativa española son una tortura china para los jóvenes, que se ven lanzados ante un ladrillo histórico que ya resultaba infumable en su época.
En esta ocasión no voy a lanzar piedras contra ninguna obra en concreto, sino contra varias: Tres sombreros de copa, La Regenta, Tormento, El árbol de la ciencia...
No sabría elegir cuál de ellos me resultó más infumable. Tal vez Tormento, de Galdós; me gustó tanto en su momento que he tenido que consultar un listado de lecturas de bachillerato porque era incapaz de recordar el título...
Leer los clásicos por imposición es el camino más directo al odio a la literatura nacional que conozco. Si a mí me hubieran obligado a leer a Doña Emilia, ahora la odiaría en lugar de admirarla.
Pero lo peor es cuando, en un intento por acercar la literatura clásica a los jóvenes, se les hacen leer textos supuestamente graciosos, como El Quijote.
Lo siento mucho, por buenas que fuesen estas obras en su momento, en el momento presente cuesta encontrarles el chiste, sobretodo para lectores jóvenes o con escasas nociones de historia.
A mi parecer, lo mejor es presentar estas obras a los jóvenes, reconocer su importancia y dejar que sean ellos quienes las descubran por sí mismo, ofreciendo a cambio otras obras más acordes a sus intereses.
No hacerlo de este modo e imponer por la fuerza el criterio de lo que es "literatura de verdad", discriminando los gustos individuales, lo único que consigue es generar asco.
Por suerte para los jóvenes, existen en el mundo maestros y profesores dispuestos a entregar horas no remuneradas de su vida a preparar actividades o planificar lecturas teniendo en cuenta el gusto de sus alumnos.
Cuando el deseo de formar lectores pasa por encima del afán por completar un listado de lecturas, pueden ocurrir cosas maravillosas.
Por ejemplo, de ofrecer a los alumnos una serie de lecturas (amplia) a escoger para leer durante las vacaciones pueden surgir afirmaciones como esta:
Mi profesora de lengua castellana, a la que querré siempre una barbaridad, tenía un criterio parecido. Y aunque no tuvo ocasión de ofrecernos listados de libros para escoger, prefirió hacernos leer obras de misterio y terror antes que ladrillos clásicos.
Recuerdo con especial cariño dos de estos títulos: Un sudario de hiedra y La sombra del gato y otros relatos de terror (además de algún otro de Laura Gallego).
No eran narrativa española, era terror, y gracias a ellos muchos de nosotros acabamos leyendo a Lovecraft y a Poe por voluntad propia durante el verano, demostrando que uno puede llegar a los maestros desde la lectura amena.
No hay delito en buscar libros-puente, que sirvan de enlace entre un clásico y un joven de nuestra era. Pero no cualquier bodrio "a partir de 12 años" sirve para ello, cosa que no muchos parecen comprender.
Señalamos como ejemplo al joven que por predisposición ama los libros, pero en lugar de buscar la manera de acercar a sus compañeros a este afecto hacia las letras, los ahogamos con obras que ya eran infumables para nosotros.
Queremos una juventud lectora, pero les imponemos un listado que aborrecen, como si les quisiéramos mostrar que leer es una actividad aburrida y sesuda, carente de placer, que solo persigue el fin de parecer pedantes.
Queriendo que amen los libros, les instamos a odiarlos de todo corazón, pues no solo deben estudiarlos, sino también leerlos en contra de su voluntad.
¿Si el objetivo es que lean, por qué no les ofrecemos puentes y dejamos que anden el camino ellos solos hasta hallar lo que les gusta?
Antes de despedirme, una pregunta: ¿Cuál es vuestra lectura más odiada (o amada) de la época estudiantil?
¡Nos leemos! ^^
2. Por tontos los tomas...
Si el cliché ofende, que al lector lo tomen por tonto puede llegar a ser tan ofensivo como perjudicial para el desarrollo del aprecio por la lectura.
Entiendo que en libros destinados al público escolar, por causa de su extensión, no se pueda construir una maraña de tramas complejas por la imposibilidad de desarrollarlas; pero eso no quita que no se deba intentar sorprender al lector.
Para explicar este apartado, tomaré como ejemplo El zoo de Pitus, de Sebastià Sorribas.
Este libro está enfocado a un público a partir de diez años (según mi edición), pero su trama es tan simplona y vacía que hasta un niño de seis podría comprenderla.
La historia nos narra las aventuras de un grupo de chavales de barrio, a cada cual más estereotipado, que deciden montar un zoo en el descampado para recaudar fondos para ayudar a su amigo enfermo a viajar a Suiza para tratarse.
¿Surrealista, verdad? Bueno, pues además de irreal y absurdo, el libro es más lineal que la lámina de un estudiante de dibujo técnico de primer curso.
"El zoo de Pitus, absurdamente para tontos. Me lo hicieron leer de pequeño y recuerdo que cada página era un dolor"
Anónimo David
Desde que empiezas a leer sabes cómo va a acabar el libro, la cual cosa quita cualquier motivación para seguir adelante con la lectura de sus casi doscientas páginas.
Pero es que además la obra en sí es un catálogo de malas prácticas y hábitos que, si bien eran normales en el momento en que fue escrito, hoy día deberían estar desterrados de nuestra sociedad.
En sus páginas hallamos:
- Sexismo: las chicas son las que cocinan y cosen mientras los chicos montan el zoo.
- Maltrato animal: Caza, violencia contra los cachorros, exhibición de especies protegidas...
- Discriminación: Ese odio al gitano de la mona no era algo de lo que sentirse orgulloso.
- Abandono infantil: No hay ni un solo adulto que vigile las actividades ilegales de este grupo de menores. Ni siquiera parecen preocupados...
Lo siento mucho, pero ningún niño de hoy día va a entender ni comprender la realidad que describe este libro, que además resulta mortalmente aburrido.
3. Ya no nos representan
Otra mala costumbre de nuestro sistema educativo es despreciar ciertas obras y conceder pedestales a otras, que se convierten en Lectura Imprescindible (y por ende odiada) de todos los estudiantes del país.
Los grandes clásicos de la narrativa española son una tortura china para los jóvenes, que se ven lanzados ante un ladrillo histórico que ya resultaba infumable en su época.
En esta ocasión no voy a lanzar piedras contra ninguna obra en concreto, sino contra varias: Tres sombreros de copa, La Regenta, Tormento, El árbol de la ciencia...
No sabría elegir cuál de ellos me resultó más infumable. Tal vez Tormento, de Galdós; me gustó tanto en su momento que he tenido que consultar un listado de lecturas de bachillerato porque era incapaz de recordar el título...
Leer los clásicos por imposición es el camino más directo al odio a la literatura nacional que conozco. Si a mí me hubieran obligado a leer a Doña Emilia, ahora la odiaría en lugar de admirarla.
Pero lo peor es cuando, en un intento por acercar la literatura clásica a los jóvenes, se les hacen leer textos supuestamente graciosos, como El Quijote.
"El Quijote hace años que dejó de empatizar con el público y ser gracioso. Siglos, de hecho..."
Gatita Tamagochi
Lo siento mucho, por buenas que fuesen estas obras en su momento, en el momento presente cuesta encontrarles el chiste, sobretodo para lectores jóvenes o con escasas nociones de historia.
La Ama y la Sobrina quemando libros: la escena que más disfrutan |
A mi parecer, lo mejor es presentar estas obras a los jóvenes, reconocer su importancia y dejar que sean ellos quienes las descubran por sí mismo, ofreciendo a cambio otras obras más acordes a sus intereses.
No hacerlo de este modo e imponer por la fuerza el criterio de lo que es "literatura de verdad", discriminando los gustos individuales, lo único que consigue es generar asco.
4. Pero aún hay esperanza
Por suerte para los jóvenes, existen en el mundo maestros y profesores dispuestos a entregar horas no remuneradas de su vida a preparar actividades o planificar lecturas teniendo en cuenta el gusto de sus alumnos.
Cuando el deseo de formar lectores pasa por encima del afán por completar un listado de lecturas, pueden ocurrir cosas maravillosas.
Por ejemplo, de ofrecer a los alumnos una serie de lecturas (amplia) a escoger para leer durante las vacaciones pueden surgir afirmaciones como esta:
"Así conocí a Harry Potter. La profesora nos vendió una serie de libros para leer en verano y yo escogí ese. Es el mejor sistema"Anónimo David
Mi profesora de lengua castellana, a la que querré siempre una barbaridad, tenía un criterio parecido. Y aunque no tuvo ocasión de ofrecernos listados de libros para escoger, prefirió hacernos leer obras de misterio y terror antes que ladrillos clásicos.
Soft kitty, warm kitty, little ball of evilness... |
Recuerdo con especial cariño dos de estos títulos: Un sudario de hiedra y La sombra del gato y otros relatos de terror (además de algún otro de Laura Gallego).
No eran narrativa española, era terror, y gracias a ellos muchos de nosotros acabamos leyendo a Lovecraft y a Poe por voluntad propia durante el verano, demostrando que uno puede llegar a los maestros desde la lectura amena.
No hay delito en buscar libros-puente, que sirvan de enlace entre un clásico y un joven de nuestra era. Pero no cualquier bodrio "a partir de 12 años" sirve para ello, cosa que no muchos parecen comprender.
Señalamos como ejemplo al joven que por predisposición ama los libros, pero en lugar de buscar la manera de acercar a sus compañeros a este afecto hacia las letras, los ahogamos con obras que ya eran infumables para nosotros.
Queremos una juventud lectora, pero les imponemos un listado que aborrecen, como si les quisiéramos mostrar que leer es una actividad aburrida y sesuda, carente de placer, que solo persigue el fin de parecer pedantes.
Queriendo que amen los libros, les instamos a odiarlos de todo corazón, pues no solo deben estudiarlos, sino también leerlos en contra de su voluntad.
¿Si el objetivo es que lean, por qué no les ofrecemos puentes y dejamos que anden el camino ellos solos hasta hallar lo que les gusta?
Antes de despedirme, una pregunta: ¿Cuál es vuestra lectura más odiada (o amada) de la época estudiantil?
¡Nos leemos! ^^
Irónico que menciones la lectura infantil ahora que están los tiempos de las tableta y iPhones pues los chicos leen mucho pero nada rescatable, recuerdo de niño leer en la biblioteca escolar cosas como "donde esta mi zapato" y "el pequeño Quijote" mas nunca fueron cautivantes aunque si un buen inicio para el hábito lector, aunque mi pasión despertó con "hadas dragones y otros portentos" y "las criaturas del jardín" no seria hasta ya entrado a la adolescencia que me enamoraría de Lovecraft y Poe
ResponderEliminarPosdata el Quijote aun mola! XD
Un contenido muy interesante.
ResponderEliminarCreo que lo que se debe ofrecer a cambio de clásicos debe ser de buena calidad, no bodrios "meganovedosos" con temática que pretende ser rompedora y que no lo es.
Creo que ofrecer una carta amplia a los alumnos es lo mejor para que descubran lo que les gusta leer. Eso y, como dices, evitar los libritos rompedores ^^
EliminarHola, Alister.
ResponderEliminarMe gusta tu planteo y los buenos fundamentos. Creo que es una cuestión de sentido común, pero parece que muchas veces esto es dejado de lado en favor de los gustos personales, como bien dijiste.
Quisiera agregar que hay casos en que los maestros dan a sus alumnos libros de mucha complejidad, no narrativa, pero sí interpretativa. No es que me parezca algo malo, pero es desaprovechar el potencial de la historia. Sobre esto, una anécdota personal fue cuando en primaria nos dieron a leer Kafka a los diez, y Cortázar a los once. A muchos nos pareció novedoso, porque no habíamos leído nada por el estilo hasta entonces. Pero de ahí a poder entender su narrativa, había un gran paso (que no se logró llevar a cabo).
¡Un saludo!
Ciertamente hay que ir con cuidado con las obras seleccionadas y la edad de los lectores. Espero que, aunque no al 100% aprovechada, la experiencia de leer tempranamente a Kafka y a Cortázar te fuese grata al menos.
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