Porque hay personas que, sin proponerlo, hacen que tomes decisiones trascendentales.
Sí, mis adorados lectores, siguiendo con la estela de la nostalgia (que me lleven los demonios por ello) hoy voy a hablaros de mi pasado y de cómo decidí firmemente que iba a escribir de forma profesional.
Es un poco egocéntrico, ya lo sé. Pero este es mi blog, en dos años apenas os he dado la brasa hablando de mí y en el fondo sois todos unos cotillas que se mueren por saber un poco más sobre quién era Alister antes de ser Alister.
Y eso no me lo vais a negar, eh ^^
Supongo que lo primero que uno debería cuestionarse es si realmente existe un momento trascendental en la vida de uno en el cual recibe la iluminación divina y ve claro que su sino es acabar embadurnado en tinta y pobreza.
Lo cierto es que sí y no. Cualquiera con vocación artística sabrá que el impulso de desempeñar dicha actividad se produce a fogonazos, arranques puntuales que, poco a poco, te arrastran irremisiblemente a cumplir con los mandatos de tu naturaleza.
Tratar de esquivarlo es posponer lo inevitable... |
Sin embargo, todos estaremos de acuerdo en que, llegados a cierto punto, sucede o experimentamos algo que nos da ese último empujón que nos ayuda a decidirnos a emprender la senda del arte sin importar los obstáculos.
Es de eso de lo que hablaré hoy: del momento en que decidí sin titubeos que escribiría y quién fue el responsable de que llegase a tal determinación.
Hace unos ocho años yo todavía estudiaba secundaria en un colegio tan calcado a otros que ni siquiera me molestaré en dar el nombre. Basta decir que era concertado y que tenían la mala costumbre de, llegado Sant Jordi, secuestrar a autores inocentes para torturarlos metiéndolos en un aula llena de adolescentes.
Ese año no fue excepción, y un miércoles por la tarde fuimos arrastrados a la recién reformada aula de psicomotricidad, donde habían confinado al invitado de honor.
Me cayó bien nada más verle, sentado ante una mesa algo coja con una sonrisa de fingida comodidad. Eso me agradó. Al menos no trataba de engañar a nadie con profusos gestos de júbilo...
No le culpo tampoco por la falta de entusiasmo. ¿Quién diablos querría estar encerrado casi dos horas con una horda de proyectos de ser humano hormonados que, además, no sentían ningún deseo de escuchar lo que pudiera decirles? ¡Ni siquiera yo quería estar con ellos!
En fin, como nadie más quería hacerlo, me senté en primera fila y pasé la siguiente hora y media gozando del duelo dialéctico entre una profesora de lengua con verborrea incontenible y un escritor que preferiría una birra a abrir la boca ante tan ingrato público.
Diréis que era un estirado. Y puede que sea cierto, aunque lo pongo en duda seriamente. Era una persona que amaba su trabajo y le dolía verlo ninguneado por un grupo de adolescentes tan vacíos que podrían alquilarse como trasteros a falta de mejor utilidad para sus cabezas.
Sin embargo, el incauto escritor no podía prever que habría algo peor que verse obligado a soltar un discurso motivador que indefectiblemente acabaría en saco roto: la temida e inevitable ronda de preguntas.
Allí al pobre le llovió de todo, sobretodo cuestiones respecto al salseo entre personajes, porque lo más importante sobre una novela con un gran trasfondo filosófico, es si el protagonista tenía rolletes con algún amigo... Cuando uno es adolescente, todo lo reduce a eso: amor y polvetes.
Me voy a ahorrar explicaros esta parte, básicamente porque no aporta nada, y salvo alguna pregunta puntual, lo tengo todo bastante borroso. Lo único que recuerdo es que el pobre escritor no dejaba de aferrar la punta de la manga del jersey con los dedos (para no dar un puñetazo en la mesa, me temo).
El caso es que, cuando el caballero ya se veía salvado por la falta de imaginación a la hora de preguntar, mi apreciada profesora de lengua, que siempre me ha tenido por una suerte de perrito de concurso, no pudo evitar mencionarle al escritor que yo era un futuro esclavo de las palabras.
Sinceramente, el entusiasmo de mi profesora era inmerecido. Sobretodo porque desconocía el mayor de mis logros hasta el momento: haber ganado el certamen escolar con doce años con una oda al Diablo... Que fue leída y aplaudida en la capilla del colegio.
Aún me doblo de risa al recordarlo...
Pero volviendo a lo que nos ocupa, cuando el buen hombre oyó las glorias que de mí cantaba la profesora de lengua, me miró de arriba abajo y susurró: "Te acompaño en el sentimiento".
En aquel momento no lo entendí. No supe por qué me había dedicado esas palabras, pero sí tuve clara una cosa: pensaba descubrirlo. Y para ello sería escritor. De modo que puede decirse que cualquier duda sobre mi vocación artística murió aquella tarde.
Y así, queridos lectores, fue como terminé en manos y cadenas por la tiranía de las musas y las palabras. No fue un momento trascendental, ni una revelación, mística, sino la curiosidad por una frase irrelevante.
El autor no ha sabido nunca que me causó esta reacción. Lo más probable es que ni siquiera recuerde aquella tarde, tan parecida a muchas otras que ha debido aguantar a lo largo de su carrera. A fin de cuentas, más que culpable, fue causante indirecto de mi decisión.
Y he de decir que ha sido un autor muy influyente, no tanto por este episodio contado desde la visión exagerada de una jovencita, sino por sus novelas... Y sobretodo por descubrirme a Siouxie Sioux y a otra banda de música de la cual el autor formaba parte =)
Ah, por cierto. Ese año también gané el certamen del colegio con un relato poco ortodoxo, de modo que pude llevarme a casa uno de los ejemplares que el escritor generosamente había donado al colegio para que sirviesen de premio.
PD: El libro, por si os interesa, es este.
¡Nos leemos! ^^
Es de eso de lo que hablaré hoy: del momento en que decidí sin titubeos que escribiría y quién fue el responsable de que llegase a tal determinación.
Hace unos ocho años yo todavía estudiaba secundaria en un colegio tan calcado a otros que ni siquiera me molestaré en dar el nombre. Basta decir que era concertado y que tenían la mala costumbre de, llegado Sant Jordi, secuestrar a autores inocentes para torturarlos metiéndolos en un aula llena de adolescentes.
Ese año no fue excepción, y un miércoles por la tarde fuimos arrastrados a la recién reformada aula de psicomotricidad, donde habían confinado al invitado de honor.
Me cayó bien nada más verle, sentado ante una mesa algo coja con una sonrisa de fingida comodidad. Eso me agradó. Al menos no trataba de engañar a nadie con profusos gestos de júbilo...
No le culpo tampoco por la falta de entusiasmo. ¿Quién diablos querría estar encerrado casi dos horas con una horda de proyectos de ser humano hormonados que, además, no sentían ningún deseo de escuchar lo que pudiera decirles? ¡Ni siquiera yo quería estar con ellos!
En fin, como nadie más quería hacerlo, me senté en primera fila y pasé la siguiente hora y media gozando del duelo dialéctico entre una profesora de lengua con verborrea incontenible y un escritor que preferiría una birra a abrir la boca ante tan ingrato público.
Diréis que era un estirado. Y puede que sea cierto, aunque lo pongo en duda seriamente. Era una persona que amaba su trabajo y le dolía verlo ninguneado por un grupo de adolescentes tan vacíos que podrían alquilarse como trasteros a falta de mejor utilidad para sus cabezas.
Sin embargo, el incauto escritor no podía prever que habría algo peor que verse obligado a soltar un discurso motivador que indefectiblemente acabaría en saco roto: la temida e inevitable ronda de preguntas.
Mi profe, el escritor y los alumnos (#JeSuisSentencia) |
Allí al pobre le llovió de todo, sobretodo cuestiones respecto al salseo entre personajes, porque lo más importante sobre una novela con un gran trasfondo filosófico, es si el protagonista tenía rolletes con algún amigo... Cuando uno es adolescente, todo lo reduce a eso: amor y polvetes.
Me voy a ahorrar explicaros esta parte, básicamente porque no aporta nada, y salvo alguna pregunta puntual, lo tengo todo bastante borroso. Lo único que recuerdo es que el pobre escritor no dejaba de aferrar la punta de la manga del jersey con los dedos (para no dar un puñetazo en la mesa, me temo).
El caso es que, cuando el caballero ya se veía salvado por la falta de imaginación a la hora de preguntar, mi apreciada profesora de lengua, que siempre me ha tenido por una suerte de perrito de concurso, no pudo evitar mencionarle al escritor que yo era un futuro esclavo de las palabras.
Sinceramente, el entusiasmo de mi profesora era inmerecido. Sobretodo porque desconocía el mayor de mis logros hasta el momento: haber ganado el certamen escolar con doce años con una oda al Diablo... Que fue leída y aplaudida en la capilla del colegio.
Aún me doblo de risa al recordarlo...
Alister Mairon: genio (del mal) desde 2006 |
Pero volviendo a lo que nos ocupa, cuando el buen hombre oyó las glorias que de mí cantaba la profesora de lengua, me miró de arriba abajo y susurró: "Te acompaño en el sentimiento".
En aquel momento no lo entendí. No supe por qué me había dedicado esas palabras, pero sí tuve clara una cosa: pensaba descubrirlo. Y para ello sería escritor. De modo que puede decirse que cualquier duda sobre mi vocación artística murió aquella tarde.
Y así, queridos lectores, fue como terminé en manos y cadenas por la tiranía de las musas y las palabras. No fue un momento trascendental, ni una revelación, mística, sino la curiosidad por una frase irrelevante.
El autor no ha sabido nunca que me causó esta reacción. Lo más probable es que ni siquiera recuerde aquella tarde, tan parecida a muchas otras que ha debido aguantar a lo largo de su carrera. A fin de cuentas, más que culpable, fue causante indirecto de mi decisión.
Y he de decir que ha sido un autor muy influyente, no tanto por este episodio contado desde la visión exagerada de una jovencita, sino por sus novelas... Y sobretodo por descubrirme a Siouxie Sioux y a otra banda de música de la cual el autor formaba parte =)
Ah, por cierto. Ese año también gané el certamen del colegio con un relato poco ortodoxo, de modo que pude llevarme a casa uno de los ejemplares que el escritor generosamente había donado al colegio para que sirviesen de premio.
PD: El libro, por si os interesa, es este.
¡Nos leemos! ^^
Pues no me había dado cuenta de que nunca habíamos "intimado" contigo, la verdad. ¡Ya iban siendo horas!
ResponderEliminarEn fin, una historia bastante buena, te envidio por ello, yo he tenido las ganas de escribir en la cabeza desde que tengo memoria.
Nos encanta el salseo Alister, asi que no dejes de contarnos tu vida :P
ResponderEliminarUn abrazo!