Si lord Winchester y su porquero hablan igual en tu novela algo estás haciendo mal. Y debes solucionarlo.
Te habrás percatado de que parte de la riqueza de una buena historia, sobretodo si esta es larga, reside en sus diálogos, y también el diálogo es uno de los puntos más delicados con los que un escritor se enfrenta a la hora de crear su historia, y también una de las causas principales de que una obra vaya directa a la trituradora de las editoriales: el diálogo es la futura novela lo que un enterrador con metro al vecino recién llegado.
¿Y por qué pasa esto? Muy sencillo: el escritor (sobretodo el novato), escribe con el firme deseo de trascender, de dejar lo mejor de sí plasmado en el papel, de demostrarle al mundo lo que sabe y lo bien que domina el lenguaje. Y eso está muy bien, hay que dar lo mejor de uno mismo, pero no puede ser que tu estilo acabe por silenciar la voz de tus personajes. A no ser que estés escribiendo tu propia biografía este tono te delatará como escritor novato, y puede provocar el rechazo de la editorial. ¿Y cómo evitamos esto?
1- Identificar el problema.
Antes de acongojarnos es preciso realizar un diagnóstico a nuestro texto para ver si nuestros personajes carecen de personalidad propia. Para ello es bueno hacerlos conversar, bien entre ellos, bien con nosotros. Este ejercicio nos ayudará a identificar y definir la voz de nuestros personajes; si éstos están bien construidos notaremos diferencias en el texto más allá de las emociones: un buen personaje tiene una manera de hablar, un tono predominante, una actitud e incluso una serie de muletillas que lo diferencian del resto. Si en tu diálogo no ves ninguna de estas cosas tus personajes están sufriendo un severo problema de carencia de personalidad.
¿Por qué sucede esto? Normalmente este problema es causado por la interferencia del propio escritor y su manera de expresarse en el conjunto del texto. Inconscientemente pone en boca de sus personajes expresiones y palabras que son más propias de su estilo individual (o de su deseo de lirismo) que del talante y circunstancias de sus personajes, de modo que podemos toparnos con algo así:
- ¡Qué bellos alimentos deglute, mi estimada Maruja! -exclamó Horacio, el indigente-. Aún puedo percibir en ellos el dulce aroma a detritus del contenedor del que los conseguiste.
Como vemos, las palabras empleadas son literariamente correctas, pero no adecuadas para Horacio el indigente (a no ser que Horacio sea un hombre de buena familia que antaño ostentó una gran fortuna, ora perdida jugando al póker). El autor aquí da prioridad a la estética literaria de su obra antes que al realismo, de modo que un texto muy serio sobre la pobreza y la miseria acaba convertido en una oda infumable (o en una comedia). Pero que no cunda el pánico, esto tiene arreglo.
2- Solucionar el problema.
Para remediar este percance existen dos vías que pueden aplicarse indistintamente, pues el resultado es el mismo: separar la voz del narrador de la de sus personajes. Para ello tanto puedes rastrear tu texto para conocer tu estilo como realizar fichas de personaje para conocerlos y contextualizarlos mejor.
Personalmente empleo el segundo método, y recomiendo empezar por este, ya que a mi criterio resulta más fácil (y más ameno). En internet abundan las fichas de personaje, y también en libros de técnicas de escritura suelen añadirlas, pero como soy una criatura llena de bondad os dejo aquí las 100 preguntas que un escritor debería hacer a sus personajes.
Una vez rellena la ficha tendremos un amplio conocimiento sobre qué tipo de persona es nuestro personaje, cuál ha sido su educación y cuáles son sus circunstancias actuales y sueños o metas que se ha propuesto. Tomemos de nuevo al amigo Horacio.
Después de rellenar la ficha resulta que Horacio no es ni de lejos un millonario elitista en la ruina, sino el hijo descarriado de un chatarrero al que la mala vida llevó a su actual situación. Su desinterés por formarse lo hizo abandonar sus estudios, y el callejear constantemente ha hecho de él una alimaña de los bajos fondos. Sabiendo esto es inconcebible que una persona así utilice palabras como "deglutir" o "detritus". No, Horacio hablará un registro vulgar con bastantes errores. O al menos usará malas palabras.
Y aquí viene la polémica y el segundo causante de la afonía de nuestros personajes. Y es que al escritor se lo ha educado para ser políticamente correcto, de modo que está dispuesto a suprimir el realismo y la coherencia de sus propios personajes antes que añadir la palabra "joder" en su texto, por adecuada que ésta sea. Así tenemos en las trituradoras de las editoriales a miles de personajes de infausto destino que se exclaman del siguiente modo: "cuán desgraciado soy", "vaya por Dios" o simplemente "oh".
Escritores del mundo: usar malas palabras en el momento preciso no hace de ti un vulgar ni un zafio, al contrario. Si tu personaje se presta a lo políticamente incorrecto déjale serlo (sin pasarse tampoco, que para algo mandas tú), le darás coherencia y, contrariamente a lo que pueda parecerte, tu texto ganará realismo y calidad. Así, el diálogo de Horacio expresado con la voz que le corresponde sonaría del modo siguiente:
-¡Vaya manjares te papeas, Maruja! -exclamó Horacio, el indigente-. Aún tienen el olor a mierda del contendor de donde los sacaste.
¿Viste? Usé una mala palabra y el cielo no lanzó sobre mi maldición alguna, y no sólo eso: ahora Horacio sí es un indigente sin estudios.
Evidentemente lleva un poco de práctica dar con la voz de tus personajes, y seguramente necesitarás varias páginas de diálogo con él para lograr que el lector lo diferencie del resto de personajes, pero el resultado valdrá mucho la pena.
Antes de acabar no obstante quiero regalarte unos pequeños tips (ahora llaman así a los consejos): es muy posible que en una novela con varios personajes, sobretodo si pertenecen al mismo círculo de amigos o grupo social, haya al menos dos que piensen y hablen de forma parecida.
Una forma de diferenciarlos puede ser el uso de muletillas por parte de uno de ellos; puede tener la costumbre de terminar sus frases con un "¿sabes?" o "¿de acuerdo?". Ahora bien, este recurso como las palabrotas, hay que usarlo con cuidado, sino nuestro personaje parecerá una caricatura.
Otra forma forma de distinguirlos puede ser el tono de voz; y con esto me refiero a temperamento o talante, un rasgo individual que nos hace humanos y que humanizará a tus personajes. Por ejemplo un personaje agresivo y otro depresivo; aunque los dos estén a favor de salvar a las ballenas lo más probable es que el primero proponga también destripar a los balleneros mientras que el segundo se recreará recordando lo imposible que va a resultar impedir la matanza.
Y con esto lo dejo por hoy, que con la tontería me he enrollado. Felicidades si has llegado hasta aquí, y si dudas o discrepas sobre lo que he dicho no tengas reparo en preguntar o puntualizar comentando, por Facebook o por Twitter. ¡Nos leemos!
1- Identificar el problema.
Antes de acongojarnos es preciso realizar un diagnóstico a nuestro texto para ver si nuestros personajes carecen de personalidad propia. Para ello es bueno hacerlos conversar, bien entre ellos, bien con nosotros. Este ejercicio nos ayudará a identificar y definir la voz de nuestros personajes; si éstos están bien construidos notaremos diferencias en el texto más allá de las emociones: un buen personaje tiene una manera de hablar, un tono predominante, una actitud e incluso una serie de muletillas que lo diferencian del resto. Si en tu diálogo no ves ninguna de estas cosas tus personajes están sufriendo un severo problema de carencia de personalidad.
¿Por qué sucede esto? Normalmente este problema es causado por la interferencia del propio escritor y su manera de expresarse en el conjunto del texto. Inconscientemente pone en boca de sus personajes expresiones y palabras que son más propias de su estilo individual (o de su deseo de lirismo) que del talante y circunstancias de sus personajes, de modo que podemos toparnos con algo así:
- ¡Qué bellos alimentos deglute, mi estimada Maruja! -exclamó Horacio, el indigente-. Aún puedo percibir en ellos el dulce aroma a detritus del contenedor del que los conseguiste.
Como vemos, las palabras empleadas son literariamente correctas, pero no adecuadas para Horacio el indigente (a no ser que Horacio sea un hombre de buena familia que antaño ostentó una gran fortuna, ora perdida jugando al póker). El autor aquí da prioridad a la estética literaria de su obra antes que al realismo, de modo que un texto muy serio sobre la pobreza y la miseria acaba convertido en una oda infumable (o en una comedia). Pero que no cunda el pánico, esto tiene arreglo.
2- Solucionar el problema.
Para remediar este percance existen dos vías que pueden aplicarse indistintamente, pues el resultado es el mismo: separar la voz del narrador de la de sus personajes. Para ello tanto puedes rastrear tu texto para conocer tu estilo como realizar fichas de personaje para conocerlos y contextualizarlos mejor.
Personalmente empleo el segundo método, y recomiendo empezar por este, ya que a mi criterio resulta más fácil (y más ameno). En internet abundan las fichas de personaje, y también en libros de técnicas de escritura suelen añadirlas, pero como soy una criatura llena de bondad os dejo aquí las 100 preguntas que un escritor debería hacer a sus personajes.
Una vez rellena la ficha tendremos un amplio conocimiento sobre qué tipo de persona es nuestro personaje, cuál ha sido su educación y cuáles son sus circunstancias actuales y sueños o metas que se ha propuesto. Tomemos de nuevo al amigo Horacio.
Después de rellenar la ficha resulta que Horacio no es ni de lejos un millonario elitista en la ruina, sino el hijo descarriado de un chatarrero al que la mala vida llevó a su actual situación. Su desinterés por formarse lo hizo abandonar sus estudios, y el callejear constantemente ha hecho de él una alimaña de los bajos fondos. Sabiendo esto es inconcebible que una persona así utilice palabras como "deglutir" o "detritus". No, Horacio hablará un registro vulgar con bastantes errores. O al menos usará malas palabras.
Y aquí viene la polémica y el segundo causante de la afonía de nuestros personajes. Y es que al escritor se lo ha educado para ser políticamente correcto, de modo que está dispuesto a suprimir el realismo y la coherencia de sus propios personajes antes que añadir la palabra "joder" en su texto, por adecuada que ésta sea. Así tenemos en las trituradoras de las editoriales a miles de personajes de infausto destino que se exclaman del siguiente modo: "cuán desgraciado soy", "vaya por Dios" o simplemente "oh".
Escritores del mundo: usar malas palabras en el momento preciso no hace de ti un vulgar ni un zafio, al contrario. Si tu personaje se presta a lo políticamente incorrecto déjale serlo (sin pasarse tampoco, que para algo mandas tú), le darás coherencia y, contrariamente a lo que pueda parecerte, tu texto ganará realismo y calidad. Así, el diálogo de Horacio expresado con la voz que le corresponde sonaría del modo siguiente:
-¡Vaya manjares te papeas, Maruja! -exclamó Horacio, el indigente-. Aún tienen el olor a mierda del contendor de donde los sacaste.
¿Viste? Usé una mala palabra y el cielo no lanzó sobre mi maldición alguna, y no sólo eso: ahora Horacio sí es un indigente sin estudios.
Evidentemente lleva un poco de práctica dar con la voz de tus personajes, y seguramente necesitarás varias páginas de diálogo con él para lograr que el lector lo diferencie del resto de personajes, pero el resultado valdrá mucho la pena.
Antes de acabar no obstante quiero regalarte unos pequeños tips (ahora llaman así a los consejos): es muy posible que en una novela con varios personajes, sobretodo si pertenecen al mismo círculo de amigos o grupo social, haya al menos dos que piensen y hablen de forma parecida.
Una forma de diferenciarlos puede ser el uso de muletillas por parte de uno de ellos; puede tener la costumbre de terminar sus frases con un "¿sabes?" o "¿de acuerdo?". Ahora bien, este recurso como las palabrotas, hay que usarlo con cuidado, sino nuestro personaje parecerá una caricatura.
Otra forma forma de distinguirlos puede ser el tono de voz; y con esto me refiero a temperamento o talante, un rasgo individual que nos hace humanos y que humanizará a tus personajes. Por ejemplo un personaje agresivo y otro depresivo; aunque los dos estén a favor de salvar a las ballenas lo más probable es que el primero proponga también destripar a los balleneros mientras que el segundo se recreará recordando lo imposible que va a resultar impedir la matanza.
Y con esto lo dejo por hoy, que con la tontería me he enrollado. Felicidades si has llegado hasta aquí, y si dudas o discrepas sobre lo que he dicho no tengas reparo en preguntar o puntualizar comentando, por Facebook o por Twitter. ¡Nos leemos!
Muy buen artículo! Estoy segura de que a mucha gente le vendrá de perlas...
ResponderEliminarGracias, espero que así sea, sino me sentiré muy miserable e inútil.
EliminarGrandes consejos y muy prácticos, los tendré en cuenta a la hora de escribir.
ResponderEliminarMuchas gracias por ello.
De nada, mujer. Me alegro de que te hayan sido de utilidad. ¡Nos leemos!
EliminarHola
ResponderEliminarMuy valiosos consejos. Gracias por compartirlos. He tomado nota y sé que me ayudará para mejorar mi escritura.
Ya te sigo en Twitter. Quise hacerlo en facebook, pero me sale que no existe tu perfil.
Una sugerencia, sería bueno que pusieras el botón de "Seguir" visible en tu blog. :)
Me alegro de que te hayan servido mis consejos, y gracias por seguirme.
EliminarSobre Facebook al parecer había un error en la publicación, pero ya está arreglado; te lo dejo aquí:
https://www.facebook.com/AlisterMairon?fref=ts
Gracias por tu sugerencia, en cuanto tenga un hueco diseñaré un botón chulo que invite al follow XD
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