Relato del taller de escritura de Literautas del mes de octubre, corregido y mejorado gracias a los valiosos comentarios de mis correctores. Podéis leer el resto de relatos del ejercicio, incluido el mío (nº66), aquí.
*Advertencia: El texto contiene escenas de violencia, si eres menor o no te sientes cómodo con este tipo de escritos te recomiendo que, por favor, no lo leas. Gracias ^^*.
Ahora sí, dentro relato:
Aún no...
El sobre estaba vacío,
abandonado sobre el escritorio con el sello roto.
Había sido ella, el
canciller estaba seguro. Aquella mala bruja había entrado y se había
apoderado de la carta. ¡Maldita sea! No debió haberla dejado allí,
no debió haberla escrito nunca. Ahora, por su descuido, ya debía
estar en manos del Santo Tribunal. Lo iba a pagar caro, y lo peor era
que iba a arrastrarle a él también.
–¿Buscas esto?
–inquirió la pérfida voz de su hermana, acercándosele por la
espalda.
El canciller giró la
cabeza. En sus manos sostenía la ansiada carta, arrugada tras
haberla leído varias veces. Mancillada por la envidia de aquella
mujer.
–Devuélvemela –casi
suplicó el canciller, avanzando un paso. Ella retrocedió, negando
con la cabeza mientras una sonrisa sádica afloraba en sus finos
labios.
–¿Por qué debería
hacerlo? Has deshonrado a nuestra familia, provocado una guerra,
arruinado mi matrimonio. No mereces que sienta por ti piedad alguna.
–Por favor... Tú no
quieres condenarme, no quieres condenarle a él. Le amas.
–¿Amarle? –se burló
su hermana, oprimiendo la carta entre sus frágiles dedos–. Él me
engañó. Se burló de mis sentimientos: me humilló. Mi marido
merece la hoguera tanto o más que tú, querido hermano.
–Recapacita, te lo
ruego. No tienes por qué...
–No –lo cortó
ella–. Ya es tarde. El Sumo Prelado ha leído la carta. Pronto
vendrán.
El canciller corrió
hacia la ventana, justo a tiempo para ver irrumpir en el patio del
castillo a la guardia del Santo Tribunal. Sus capas moradas
invadieron el suelo de piedra, deslizándose hasta el interior del
castillo. El canciller se giró hacia su hermana.
–¡¿Pero qué has
hecho?! –gritó, corriendo hacia la puerta, pero ella le cortó
el paso.
–No puedes huir
–advirtió con una sonrisa–, ni tampoco avisarle; sólo puedes
morir. Sí, morir... Morir... Morir... –repitió desquiciada,
deslizándose a pequeños saltos sobre la alfombra.
Presa de la ira el
canciller se abalanzó sobre ella con la furia ciega del que no tiene
nada que perder, con la rabia que nace de la impotencia. La empujó
al suelo, sometiéndola bajo el peso de su cuerpo mientras sus dedos
se cerraban entorno a su cuello de cisne. Ella pataleó, le arañó,
tratando en vano de zafarse hasta que, con un gemido ahogado,
abandonó el mundo.
Horrorizado el canciller
se levantó, apartándose de ella. Sus ojos huecos miraban al techo
con una expresión ausente, pero sus dedos aún sostenían con fuerza
la carta robada. La carta que lo iba a condenar. Apretando la
mandíbula, el canciller se acercó al cuerpo inerte y le pisó la
mano con furia, descargando en ese golpe todo el odio y la impotencia
que ahora sentía, partiéndole los huesos para liberar el amado
papel.
Acunó la carta entre
sus brazos, luchando por contener las lágrimas mientras caía de
rodillas sobre la alfombra. Así fue cómo lo encontraron, con la
mirada perdida y las manos apretadas contra el pecho, más muerto que
vivo.
Lo cargaron de cadenas y
le cubrieron la cabeza. Ya no vería el mundo nunca más, bien lo
sabía, pero poco le importaba, pues un único pensamiento se había
apoderado por completo de su mente:
«Aún
no le di la carta. Aún no le dije que le quiero...».
Y hasta aquí lo que se daba. Espero que en texto os haya gustado, y si no lo ha hecho, os agradecería que lo dejarais por los comentarios, así como cualquier consejo o mejora que encontréis conveniente. ¡Nos leemos!
Anda que la que le has montado al pobre... Seguimos con las historias que acaban mal, ¿eh? XD Me ha gustado, sobre todo al final. Se llega a conectar un poco más con él que al principio. Toda la discusión con la hermana parece un poco fría, ya que no sabemos exactamente qué está sucediendo ni lo que siente el protagonista en ese momento. Pero como siempre digo, esto es una impresión mía ^^
ResponderEliminarEn cuanto a corrección, te comento...
- ¡Maldita sea!. -> no hay punto después del signo de exclamación.
* –Devuélvemela –Casi suplicó el canciller -> juraría que ese "casi" va en minúscula, porque aunque no es directamente un verbo dicendi, es un modificador del mismo.
* –¿Amarle? –Se burló su hermana -> ese "Se" forma parte del verbo porque es pronominal, va con minúscula.
* –No. –Lo cortó ella–. -> Después del No no se pone punto. El "Lo" en minúscula.
Y ya. Yo que tú me repasaría los gerundios por si puedes cambiarlos por alguna forma no impersonal. Todos los que he visto es verdad que son acciones que se pueden realizar a la vez, pero no conviene abusar.
Espero que te haya servido, ¡¡un besote!!
El drama de mi vida... solo puedo escribir atrocidades, sangre y sufrimiento ^^'
EliminarMe alegro de que te haya gustado, y agradezco mucho que hayas tomado tiempo en corregirlo. Es todo un gesto por tu parte =)
Así aprendemos todos ^^
EliminarEsa es la actitud, Laura =)
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