La historia de la literatura está plagada de grandes nombres, personajes ilustres que robaban corazones (y otras prendas íntimas incluso) mediante acaramelados e ingeniosos versos.
Tanto da que seas la persona más fría y distante del mundo, o que dejes que piense por ti la lógica: no hay defensa posible ante la mirada penetrante de un escritor. Lo único que puedes hacer es abandonarte y sucumbir a su arte.
Tanto da que seas la persona más fría y distante del mundo, o que dejes que piense por ti la lógica: no hay defensa posible ante la mirada penetrante de un escritor. Lo único que puedes hacer es abandonarte y sucumbir a su arte.
No es extraño pues que incluso hoy en día, no sean pocos quienes desean compartir un momento íntimo con un escritor, sobretodo desde que el cine nos vende como unos desaliñados y viciosos bohemios, como ya tuvimos el gusto de comprobar en este post.
Con el fin de prepararos para ese momento crucial en el que compartáis al fin el catre con un juntaletras, me dispongo a ilustraros sobre las posturas más habituales que este colectivo practica (a veces incluso en público).
1. El pregonero
Empezamos por la posición clásica. No importa que el escritor sea autopublicado o que cuente con el respaldo de un gran sello: si escribe, esta es su postura favorita.
Consiste en, un vez relajada su futura presa, acercarse suavemente, exhibiendo una sonrisa y susurrarle al oído tiernamente: "¿Sabes que saco una nueva novela de fantasía en septiembre?".
Tras este intenso momento, el futuro lector, encandilado, se deja meter uno a uno todos los puntos fuertes de ese prodigioso libro, que si no es fraudulenta la propaganda, se convertirá sin duda en la nueva joya de la literatura.
Trío con dos escritores deseosos de meter pluma |
Tras este intenso momento, el futuro lector, encandilado, se deja meter uno a uno todos los puntos fuertes de ese prodigioso libro, que si no es fraudulenta la propaganda, se convertirá sin duda en la nueva joya de la literatura.
Hablar del trabajo de uno es imprescindible al escribir, de modo que la posición habitual del escritor suele ser la del comercial de alegre sonrisa, siempre dispuesto a informar y tentar al lector con las maravillas y virtudes de sus obras.
Si el escritor lo hace bien, su compañero lector va a estar recordando con anhelo y deseo esa novela que con tanto talento le recomendó hasta la fecha de publicación, momento en que se plantará ante la puerta de la librería más cercana ansioso por desatar su librosexualidad.
2. El gato
Otra de las posturas recurrentes de los hacedores de historias es la del minino, una posición de gran comodidad tanto para ellos como para quienes presencian y se benefician de dicha práctica.
En un ambiente de óptima relajación, el escritor desliza suavemente su mano por la espalda del editor y le dice, mirándole con ojos tiernos como los de un cachorrito abandonado e indefenso: "Alárgame el plazo... Y te daré la mejor historia que jamás se haya escrito... grrr".
Si el estado natural del escritor es es el de embajador perpetuo de su novela, su segunda mejor baza es la del zalamero gatito que mediante ronroneos y monerías que exponen su tripita, logra camelar a quien se proponga.
Ejecutada adecuadamente, esta posición permite al escritor no solo alargar los plazos de entrega, como veíamos en el ejemplo, sino también lograr que su bilogía se convierta en saga o que publiquen una precuela de sus novelas.
Y es que hay que saber venderse y convencer a quienes deben apostar por nosotros de que vale la pena hacerlo, de que no somos un fraude y de que lo que ofrecemos vale de verdad la pena. Como dice mi abuela: no hay mejor valedor del trabajo propio que uno mismo.
Pero no solo al editor es a quien debemos tratar con mimo, pues es nuestro aliado y amigo, sino también a nuestro lectores debemos mostrarles esa faceta dulce y adorable que nos hará humanos a sus ojos.
Salvo que seáis Concepción Perea. En ese caso, mostraros cercanos y tiernos os hará ardilla a sus ojos. Y una encantadora, dicho sea de paso.
3. La cobra real
Esta postura, algo más compleja que las anteriores, deja a un lago la ternura y la relajación para centrarse en el movimiento flexible y rápido, motivo por el cual se aconseja no ponerla en práctica hasta estar bien entrenado.
Ahora bien, si la Fortuna os guía hacia un talentoso y experto escritor, es muy probable que tengáis la oportunidad de disfrutarla.
Bastará con proponerle a dicho escritor que escriba un par de artículos para vuestra revista digital por amor al arte (o lo que es lo mismo: sin percibir salario alguno). Al punto podréis ver cómo el juntaletras se arquea y retuerce grácilmente, como una sierpe, apartándose de las insinuaciones de su interlocutor.
Como todos los artistas, los escritores son a menudo víctimas de las peticiones de amigos y no tan amigos, que buscan sacar provecho del trabajo de estos por la cara, de modo que, con el tiempo, no es extraño que desarrollen todo tipo de estrategias para eludir esas molestas peticiones.
La experiencia convierte esta necesidad de sacudirse de encima a los parásitos en un verdadero arte con técnicas propias, algunas tan sutiles como el siempre elegante: "Anda y que te lo escriba de gratis la madre de topo".
2. El gato
Otra de las posturas recurrentes de los hacedores de historias es la del minino, una posición de gran comodidad tanto para ellos como para quienes presencian y se benefician de dicha práctica.
En un ambiente de óptima relajación, el escritor desliza suavemente su mano por la espalda del editor y le dice, mirándole con ojos tiernos como los de un cachorrito abandonado e indefenso: "Alárgame el plazo... Y te daré la mejor historia que jamás se haya escrito... grrr".
Si el estado natural del escritor es es el de embajador perpetuo de su novela, su segunda mejor baza es la del zalamero gatito que mediante ronroneos y monerías que exponen su tripita, logra camelar a quien se proponga.
"Si son solo 500 páginas más. Y las estás deseando" |
Ejecutada adecuadamente, esta posición permite al escritor no solo alargar los plazos de entrega, como veíamos en el ejemplo, sino también lograr que su bilogía se convierta en saga o que publiquen una precuela de sus novelas.
Y es que hay que saber venderse y convencer a quienes deben apostar por nosotros de que vale la pena hacerlo, de que no somos un fraude y de que lo que ofrecemos vale de verdad la pena. Como dice mi abuela: no hay mejor valedor del trabajo propio que uno mismo.
Pero no solo al editor es a quien debemos tratar con mimo, pues es nuestro aliado y amigo, sino también a nuestro lectores debemos mostrarles esa faceta dulce y adorable que nos hará humanos a sus ojos.
Salvo que seáis Concepción Perea. En ese caso, mostraros cercanos y tiernos os hará ardilla a sus ojos. Y una encantadora, dicho sea de paso.
3. La cobra real
Esta postura, algo más compleja que las anteriores, deja a un lago la ternura y la relajación para centrarse en el movimiento flexible y rápido, motivo por el cual se aconseja no ponerla en práctica hasta estar bien entrenado.
Ahora bien, si la Fortuna os guía hacia un talentoso y experto escritor, es muy probable que tengáis la oportunidad de disfrutarla.
Bastará con proponerle a dicho escritor que escriba un par de artículos para vuestra revista digital por amor al arte (o lo que es lo mismo: sin percibir salario alguno). Al punto podréis ver cómo el juntaletras se arquea y retuerce grácilmente, como una sierpe, apartándose de las insinuaciones de su interlocutor.
Lorca antes de marcarse una cobra con Julián (MdT) |
Como todos los artistas, los escritores son a menudo víctimas de las peticiones de amigos y no tan amigos, que buscan sacar provecho del trabajo de estos por la cara, de modo que, con el tiempo, no es extraño que desarrollen todo tipo de estrategias para eludir esas molestas peticiones.
La experiencia convierte esta necesidad de sacudirse de encima a los parásitos en un verdadero arte con técnicas propias, algunas tan sutiles como el siempre elegante: "Anda y que te lo escriba de gratis la madre de topo".
4. Estilo libre
La última postura, más que un movimiento concreto, engloba toda una tendencia más que extendida entre los escritores, sin importar su edad, sexo u orientación: todos ellos practican el libre albedrío y la creatividad.
Por eso no debe alarmaros que, en medio de vuestro encuentro, el juntaletras abandone el tono pausado y suave para abandonarse a un ardiente y frenético arrebato artístico que lo obligue a saltar de la cama al escritorio, pluma en mano.
No es algo personal, es parte de su naturaleza: los escritores son fogosos y desbocados como caballos salvajes, que actúan cómo y cuando les place, sin obedecer a nadie, pues aún cuando se muestran obedientes y serviciales, la llama de la libertad se oculta en sus pupilas.
Las Sin Sombrero, exponente del desacato de la Generación del 27 |
Es por eso que siempre se ha tenido miedo de caer en los brazos de un escritor. No es por su inclinación a la pauperridad, mal incurable de las profesiones artísticas, sino por tendencia a hacer lo que les sale de los cojones/ovarios.
Y sino, que se lo digan a Doña Emilia, que tenía un magnísimo coño y hacía todo lo que le salía de él sin preocuparse lo más mínimo por la opinión pública.
Sabiendo esto, estáis listos no solo para iros a la cama con un escritor, sino también para convivir con ellos sin demasiadas complicaciones, al margen de las que puedan derivarse de su propia excentricidad, claro.
Por supuesto, los escritores practican muchas otras posturas, pero prefiero que seáis vosotros quien las compartáis en los comentarios en base a vuestra propia experiencia.
¡Nos leemos! ^^
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