Porque la búsqueda es el objetivo en sí mismo...
El otro día, rememorando películas que ya tienen unos años, di con The Last Samurai (2003), un film histórico que narra la evolución del Japón durante Periodo Meiji y que se inspira en la rebelión Satsuma, cuando varios ex-samuráis se alzaron en armas contra su emperador, pues no estaban de acuerdo con los cambios producidos en el país a raíz de la apertura comercial a Occidente.
Los protagonista de este film son el capitán Nathan Algren y el líder de los samuráis rebeldes, Katsumoto Moritsugu. En este último nos centraremos, pues lamento deciros que este gran hombre era un pésimo escritor.
En una de las escenas más memorable de The Last Samurai, Katsumoto y el capitán Algren debaten en el jardín, rodeados de cerezos en flor. Katsumoto señala al occidental una máxima de vida que pretende ilustrarle sobre lo que significa para los nipones ser un gran guerrero.
El samurái afirma que buscar la flor perfecta es un loable objetivo para dar sentido a nuestra existencia.
Esta escena |
Del mismo modo que Katsumoto, a menudo los escritores nos la pasamos buscando nuestra flor perfecta: La Gran Obra de nuestra vida. Queremos escribir el nuevo Quijote, una piedra angular de la literatura. Y a esta causa entregamos años enteros.
Y durante estos años, salvo frustraciones y arrebatos violentos ante la impotencia de ver cómo la perfección se escurre entre nuestros dedos, no cosechamos nada. Nos cegamos tanto en esa flor perfecta que dejamos morir de frío y de sed a la frágiles y fugaces amapolas.
La búsqueda de la perfección nos absorbe y no entendemos el verdadero objetivo de querer hallar la perfección. No se trata tanto de encontrar la flor perfecta como de comprender la perfección en todas las flores.
¿Quién dirá cuál de ellas es la más perfecta? |
Cada obra que escribimos, cada relato que sacamos de nosotros mismos es una flor. Y es perfecta en sí misma, pues nos acerca a esa gran obra con la que todo artista sueña y anhela. Aún si no llegamos jamás a escribir esa obra magna, no por ello hay que menospreciar el valor de nuestros hijos de tinta, que son al fin y al cabo, esquirlas de nosotros mismos.
Debemos pues dar lo mejor de nosotros en cada texto, sea grande o pequeño. Hay que corregirlos con esmero y mimo, editarlos hasta sacarles todo el jugo y admirarlos luego, prometiéndonos mejorar pero sin abjurar de nuestro trabajo.
El autodesprecio no conduce a meta alguna más allá de la rabia y la frustración. Cegarnos, tampoco nos lleva a ninguna parte. El objetivo, como logró entender Katsumoto, es la búsqueda en sí misma, no flor. Y entendiendo esto, pudo ser un gran escritor.
Por eso, la afirmación que da título a este breve post, no es más que un falaz juicio de valor surgido de centrarse en una sola frase y obviar el resto del discurso. Entendedlo como una muestra de que focalizarse en una pequeña parte solo nos lleva a la ceguera, a no entender la vida y a fracasar en nuestros objetivos.
¿Vosotros qué pensáis? ¿Vale más la pena buscar la flor perfecta o transitar un camino de pequeñas flores?
¡Nos leemos! ^^
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