He aquí un relato que publiqué hará un tiempo en la página de Facebook.
Como muchos otros, surgió de una noche en la que los sentimientos se agolparon en mí, tomando posesión de mi cuerpo y arrastrándome a vomitar sobre el papel mis inquietudes.
Espero que lo disfrutéis ^^
Y hasta aquí el relato de hoy, que más parece una reflexión que otra cosa. Podéis dejar libremente vuestra opinión en los comentarios (dice, apuntándolos con un arma).
¡Nos leemos! ^^
No se puede poseer el viento
–Otra –exijo con una voz que hace rato que dejó de ser la mía.
Sueña ronca, áspera como la arena arañando un cristal. No tiene nada que ver con la melodiosa voz que no hace mucho deleitaba a nobles y plebeyos. No exagero, han llegado a pagarme en oro solo por poder disfrutar de una de mis canciones. Pero desgraciadamente eso ha quedado atrás.
Y todo por su culpa.
–Otra –insisto, alzando nuevamente la voz. El mesonero duda antes de servirme.
–Creo que ya bebiste bastante –insinúa, pero la jarra se acerca a mi vaso, goteando el preciado líquido dorado–. Deberías marcharte, no estás acostumbrada a beber y tampoco te conviene emborracharte en tu...
No tengo ni paciencia ni ganas para los consejos de nadie, y menos para los de un proveedor de cirrosis como él. Estampo el puño contra la mesa y sus ojos se cruzan con los míos.
–De lo único que estoy borracha es de rutina –escupo arrastrando las palabras–, así que llena el puto vaso antes de que te salte los dientes.
El mesonero obedece, volcando el contenido de su jarra hasta que éste rebosa por el borde de mi vaso. Lo alzo con cuidado y doy un trago largo. El frío de la cerveza se mezcla con el calor del alcohol en mi garganta, y el sabor amargo inunda y aturde mi paladar.
–Te odio... –mascullo entre trago y trago.
–¿Puede preguntarse quién es el depositario del rencor de una joven tan hermosa? –pregunta una voz a mi derecha.
Me giro para toparme con los ojos almendrados de un hombre de mediana edad, con la camisa raída y el cabello, salpicado por las primeras canas, completamente alborotado. Con todo, el extraño olía a limpieza, a colonia.
–No creo que sea cosa tuya –espeto antes de girarle la cara.
–Y no lo es –reconoce el extraño, centrándose en su propio vaso. No bebe cerveza, sino vino.
Lo ignoro durante un buen rato, esperando que apure su vaso y se largue, pero no parece tener intención de hacerlo. Paladea su bebida a tragos cortos, suaves. No bebe, degusta. Y de tanto en tanto me mira, como esperando una respuesta.
–Eres mía –digo al fin, enterrando los ojos en el culo de mi vaso, contemplando mi reflejo sucio en lo que queda de la cerveza–. Me lo decía cada noche. Se plantaba ante la puerta y me observaba dormir. Eres mía. Eres mía... Lo repetía como quién no sabe decir otra cosa.
El extraño sonríe.
–Pobre idiota –comenta en tono jocoso. Frunzo el ceño. ¿Se burla?–. Hay que ser un necio para creer de verdad que se puede poseer el viento.
Me encojo de hombros.
Palabras poéticas que no llevan a nada. Es un bello discurso, idealista y musical. Como mis canciones. Pero no es cierto, y solo una necia creería semejantes idioteces. ¿Que no se puede poseer el viento? ¡Ja! Quizá no, pero sí se puede usar a voluntad, sí se puede convertir su furia en motor para los barcos, en energía para los molinos... Tal vez no pueda tenerse, pero sí domesticarse.
–No se puede –insiste el extraño, y sus labios se mojan en el rojo líquido–. Los necios tratan de sacar provecho, pero cuando se levanta el vendaval... Los tejados vuelan, las velas crujen, los barcos se hunden. –Suspira–. No, lo único que un hombre sensato puede esperar del viento es disfrutar de las caricias que le regale, y rezar para que nunca se sienta ofendido.
Alzo los ojos de mi vaso y me pierdo en los de él. Los escruto sin encontrar nada. Solo hay calma y silencio. Mil preguntas se agolpan en mis labios, pero solo una es lo suficientemente fuerte para escapar entre ellos y tomar cuerpo entre el estruendo de la taberna.
–¿Lo has intentado alguna vez?
–Nunca.
–¿Entonces cómo sabes que no se puede?
El extraño sonríe de nuevo, sin apartar su mirada de la mía. Sus ojos me queman, pero soy incapaz de apartar la vista.
–Si el fuego no puede ser domado, ¿por qué debería ser distinto el viento?
Y hasta aquí el relato de hoy, que más parece una reflexión que otra cosa. Podéis dejar libremente vuestra opinión en los comentarios (dice, apuntándolos con un arma).
¡Nos leemos! ^^
Me ha encantado, la verdad. El juego de comparaciones que haces en las últimas líneas es genial, da muchísima más fuerza al final. También me ha gustado cómo consigues caracterizar a la protagonista con tan solo una metáfora, es difícil lograr una impresión tan buena de un personaje con tan solo tres o cuatro líneas.
ResponderEliminarQuizá lo único que no me acabe de convencer es el cambio brusco de actitud que hay en tan solo un párrafo, entre sus pensamientos y la explicación del hombre, pero entiendo que en algo tan cortito no se puede hacer mucho. También me ha parecido un poco raro que el hombre se explique justo después de que la protagonista suelte su ideario sobre el viento, creo que ahí falta un bufido o algo para mostrar que no está de acuerdo. En mi opinión, pienso que el encogimiento de hombros no expresa suficiente.
Lo dicho, me ha parecido un relato fantástico. Creo que es de mis preferidos de los que has publicado en el blog. ¡Saludos!
Me alegro de que te haya gustado, la verdad es que el juego de metáforas salió solo, no fue demasiado premeditado, así que celebro que haya sido de tu agrado.
EliminarSí, los cambios de actitud parecen algo bruscos, también debido al carácter de los personajes. La rabia contenida de ella mitiga conforme se libera del motivo de su pesar, por eso, en lugar de un bufido, decide encogerse de hombros: no vale la pena una nueva pelea.
Con todo, si reescribo este relato, tendré en cuenta tus observaciones para hacerlo mejor ^^