Seguro que en no pocas novelas de género os habéis encontrado con que los personajes llaman de forma compleja o artificiosa a objetos cotidianos. De este modo, un simple martillo se convierte en un golpeador de metales.
Este curioso fenómeno es lo que yo llamo Síndrome de Adán, en referencia al personaje bíblico. Según dice en el Génesis, cuando Dios creó a Adán, lo dejó sentadito en una roca y ante él pasaron todos los animales existentes, a los que fue bautizando uno a uno según se le iba ocurriendo.
Del mismo modo que Adán, los escritores a veces se empachan de worldbuilding (mira que os tengo dicho que es peligroso...) y acaban nombrando hasta a las anodinas cucharas de palo por vocablos complejos e innecesarios.
Pero ¿es siempre negativo jugar con la nomenclatura? ¿Hasta qué punto es necesario o una exageración?
La respuesta a todas estas preguntas la tenéis en el siguiente post ;)