Porque también los humildes delincuentes merecen ser amados...
A ver, quienes esperaban una entrada especial por San Valentín ya pueden ir desfilando, porque no la hay. Así que si queréis aprender sobre fantasía y amor, mejor visitad a la Doctora Jomeini ;)
Tal y como os prometí, seguimos con los post de construcción de personajes. En esta ocasión nos centraremos en la flor y nata de la sociedad, en aquellas entrañables personas de oficio poco reconocido y código moral revisable.
Hablamos de truhanes, piratas, ladrones, bandidos, asesinos y carroñeros. De personajes de moral dudosa que acostumbran a tener las manos manchadas con alarmante frecuencia, no de chocolate precisamente, y a quienes por nada del mundo querrías encontrarte en una calle solitaria.
Esta galería de bellas armas, que nunca antes fue reconocida por la literatura y ha sido (y es) usada por norma como mal ejemplo didáctico, goza desde hace una década aproximadamente del amor de escritores y lectores por igual.
¿El motivo?
La irrupción en el panorama literario fantástico de esa genialidad a la que algunos llaman fantasía oscura y otros grimdark. Sí, ese género con el que se etiquetan las novelas sembradas de sangre, muerte y deshonor (ahora entiendo por qué mis editores definieron como tal a Sorgina…).
Sea como fuere, la cuestión es que hoy día los lectores ansían ver en los libros a estos dechados de virtudes y los escritores, cómo no, están deseando crear mil y un delincuentes para deleitarles y de paso escapar del maniqueísmo y la heroicidad.
Pero claro, cuando construyes a un personaje de semejantes características debes dotarlo de las herramientas necesarias para que sea un cabrón más allá de por su nombre. Un asesino que no asesina no es nada (salvo que sea Vaurien Scapegrace…).
Tienes que hacerlo delinquir sin que sus actos resulten una broma, retorcer su esencia para crear una vileza que no sea gratuita y que además pueda ganarse la simpatía del público.
Seamos sinceros, estos personajes enamoran por el carisma, no por las acciones. ¿O acaso creéis que los fans de Jack Sparrow lo admiran por su valor, honestidad y voluntad de sacrificio?
A mí no me preguntéis, siempre preferí a Héctor Barbossa... |
Pero bueno, que no cunda el pánico. Aunque parezca mentira puedes hablar muy bien sobre delincuentes sin haber ejercido jamás. Y por si aún no estás convencido, aquí te dejo el catálogo de bellísimas personas para que, por lo menos, sepas por dónde empezar.
1. Manos arriba, esto son... ladrones
Empecemos pues por los delincuentes habituales y cotidianos: ladrones, cacos y pilluelos callejeros de toda clase y pelaje, ya que en la escala de maldad, ocupan los últimos puestos.
Su incidencia en las novelas de fantasía era nula, al menos hasta hace unos años, pues sus apariciones iban condicionadas casi siempre a su empleo como esbirro low cost, aquel pillo al que pagas una miseria para que intente robarle al protagonista ese objeto maravilloso.
Y digo intente porque, como puede deducirse, todos sus golpes acababan en el más estrepitoso y vergonzante de los fracasos. Eso cuando salían con vida, claro.
Sin embargo, ha habido grandes personajes entre los ladrones. Y no, no estoy hablando de Aladdin, sino de una ladronzuela que ha conquistado el corazón de más de uno: Vin, la protagonista de Mistborn.
Esta intrépida muchacha, si bien se luce poco como delincuente, ha aprendido a sobrevivir en las calles y a hacerse respetar dentro de una banda de desalmados más que dispuestos a abrir gargantas.
Casi podría parecer que el latrocinio se ha convertido en el camino para llegar a ser un héroe, pues personajes como el odioso Kvothe también delinquieron durante sus primeros capítulos y miradlos ahora (en el caso de Kvothe sigue siendo un chulito de mierda, pero la vida le ha sonreído).
Con todo, aún está por ver que un ladrón sea el protagonista de una novela, o una historia, manteniéndose fiel a su profesión. De hecho, el único nombre que me viene a la cabeza ahora mismo es el del saqueador Bilbo Bolsón.
Un buen ladrón, desde mi punto de vista, debe ser un personaje pragmático, escurridizo y capacitado para arriesgarse lo mínimo posible. Un cobarde de manual, vamos.
Ah, y sobretodo, una persona motivada por el dinero, aunque no siempre a cualquier precio. Incluso los ladrones pueden tener un código moral aceptable.
A menos que este ladrón sea Caroline, la protagonista de La extraña tienda de Río Rojo, claro. En ese caso, no hay más moral que sus caprichos.
Lo bueno de contratar a un profesional es que garantiza un trabajo limpio, rápido y eficaz. Lo malo, cuando ese profesional se vende por dinero, es que cambiará de bando con angustiosa facilidad siempre que no puedas duplicar la oferta de tu rival.
Eso son los mercenarios: la mejor espada del país a un precio difícil de pagar. Y unos personajes que llegan a ganarse el corazón de los lectores por su particular forma de ver el mundo y de expresarse.
Excepto en el caso de Daario Naharis, que se le quiere porque Danaerys lo ve con buenos ojos (y porque está bueno el cabrón).
Como en el caso de los ladrones, el pragmatismo y la capacidad de guardarse las espaldas son requisito imprescindible en el diseño de un mercenario competente.
Deben ser capaces de no comprometerse demasiado, de huir sin ningún tipo de reparo cuando las cosas se ponen feas, incluso si es a costa de dejar atrás a sus antiguos amigos y aliados.
Y es que lo que nos fascina de ellos es ese comportamiento inestable, porque nos enfada, admira y sorprende a partes iguales. Los mercenarios gustan porque sabes desde el principio que no son trigo limpio, pero eso no evitará que tengas que acabar poniéndote en sus manos.
Además, algunos con su irreverencia acaban tocándote la patata. ¿O acaso soy la única persona en el mundo que está enamorada de Bronn?
El encanto de mercenarios y sicarios radica en su imprevisibilidad, pero también en su destreza para salir bien librados de las más adversas situaciones. Y no solo eso: un buen mercenario debe ser capaz de salvarte el día.
Porque el ascenso social también existe entre los criminales, y algunos de los ladrones que mencionábamos antes se acaban convirtiendo en celebridades dentro del gremio.
Esto son los bandoleros: ladrones de clase alta. No porque tengan sangre real, sino porque gozan de cierto estatus ganado a base de cometer todo tipo de fechorías.
Si el ladrón se conformaba con robar y pasar desapercibido, el bandolero convierte el robar los bienes de otros en una forma elevada de arte que no solo le va a permitir vivir bien, sino poder permitirse toda clase de lujos y comodidades.
Para lograr sus objetivos se valen sin remilgos de todo tipo de estrategias, a cada cual más inmoral: atraco a mano armada, uso de la fuerza, extorsión, secuestro y, llegado el caso, asesinato.
Y lo mejor de tan digna profesión es que por medio de sus ataques el bandolero no solo busca enriquecerse, sino también labrarse nombre y fama para él y su cuadrilla (porque tienen que tener una camarilla de perlas como ellos, sino solo son ladrones de montaña).
Si los anteriores maleantes causaban la admiración del lector por su talento para escurrirse y evitar las situaciones de riesgo, los bandoleros deben hacerse un hueco en sus corazones a espadazo limpio por su capacidad de generar tensión y situaciones límite.
Más que ponderar el riesgo, los bandoleros se lanzan a por las presas más grandes (y por ende peligrosas de conseguir) con el único deseo de engordar su lista de "honorables hazañas" y ser cada vez más temidos y respetados.
Tampoco es que sean unos temerarios desquiciados, no nos equivoquemos, simplemente aprovechan a su favor la ventaja que da el ir acompañado de un elevado número de personas: sin cuadrilla, un bandolero se come los mocos.
El atractivo que poseen como personajes reside en su naturaleza impulsiva, su amor desmedido a la libertad y sus escasos reparos a mancharse las manos para conseguir lo que quieren.
Pero lo que más puede llegar a encandilar a un lector es el escaso interés que un buen bandolero debe demostrar respecto a ocultarse: si se hace uno bandolero es para vivir de puta madre y vestir mejor que un rey, no para ir por ahí ocultándose y malviviendo como un mendigo.
Desgraciadamente, la literatura fantástica aún no apuesta fuerte por los bandidos, y exceptuando al mitificado Robin Hood, pocos bandoleros gozan de fama más allá de nuestras fronteras. Tal vez sea hora de cambiar eso...
Y pasamos de los bandidos de tierra, a los ladrones del mar: los piratas (del Caribe, del Mediterráneo y del mar que os de la gana, porque los mancillaron todos).
Os recomiendo ir a por algo para beber, porque ADORO a los piratas desde mi más tierna infancia, así que irremediablemente me voy a alargar. Como compensación os pongo música de fondo.
Ahora sí, adentrémonos en el fascinante mundo de la piratería y el contrabando, porque los piratas son el niño mimado de casi cualquier escritor de fantasía que haya tenido la idea de ambientar sus historias en el mar.
La del pirata es una figura romántica (gracias, siglo XVIII) que ha inspirado a muchos, tal vez porque la suya sea la estampa más clara y absoluta de lo que significa la palabra libertad.
Ahora bien, antes de profundizar en las bellísimas cualidades que debe tener un buen pirata, permitidme que os recuerde que esta palabra NO ES SINÓNIMO DE CORSARIO, ni lo va a ser nunca.
Un corsario es un pirata legalizado por la monarquía de turno, de modo que sus acciones tienen toda la cobertura legal posible que se les pueda dar: son perros del rey.
En cambio un pirata se para por el filo de la espada al rey, a su autoridad y al padre que los engrendró a todos. Los piratas son freenlance que no hacen caso a nadie más que a sí mismo y a su capitán.
Porque eso sí, entre los piratas existe por necesidad una clara jerarquía que debe ser respetada, pues de ella depende la supervivencia de la tripulación al completo, ya que el 70% del tiempo se mueven en un elemento imprevisible e incontrolable: el mar.
Ahora bien, uno no se hace un nombre como pirata acatando a los demás, así que a la mínima oportunidad el simpático vigía y los treinta tipos más duros de tu banda pueden optar por amotinarse y hacerte pedacitos a sablazos. Gajes del oficio.
Lo de no tener amo, que es muy ronin, lleva implícita la insubordinación por naturaleza: no puedes hacer que un pirata te obedezca sin hacer un trato con él o encontrar algo con lo que amenazarle.
Y precisamente por eso son atractivos como personaje, sobretodo en la posición de aliado eventual del héroe principal: esa capacidad de cambiar de bando da mucho juego y genera tensión a cada frase.
Un pirata es menos de fiar incluso que un mercenario, porque no solamente se mueven por dinero, sino también por intereses personales (venganza, viejos juramentos...).
Y lo peor de todo es que se sienten cómodos tanto en tierra como en el mar, la cual cosa comporta un doble peligro si deciden traicionarte y un más que interesante juego de dependencias, porque en mitad del océano, si quieres salir vivo, vas a tener que fiarte del mejor marinero... Aunque sea un asqueroso pirata.
Entre la generosa galería de piratas que ha dado la ficción podríamos destacar al majo de Euron Ojo de Cuervo (un tipo muy poco recomendable), Lady Lola Lockwood (la verdadera antagonista de Vampirates) o la capitana Morgan Adams.
Aunque parezca mentira, las mujeres piratas son tan abundantes como terribles. De hecho, cualquier mujer al mando de un navío tiene la innata capacidad de imponer e inspirar obediencia allí por donde pasa.
Y si no me creéis preguntaos a vosotros mismos si pondríais en duda las órdenes de Elizabeth Swann o de la Capitana Amelia... Yo no lo haría.
Con esto doy por acabada la lista de ejemplos a seguir, porque el post ya está quedando kilométrico y el objetivo es daros consejos para crear indeseables delincuentes, no aburriros con divagaciones.
Sin embargo, si consideráis que he obviado algún punto importante, os invito a notificarlo en los comentarios para que pueda enmendar ese error.
¡Nos leemos! ^^
Su incidencia en las novelas de fantasía era nula, al menos hasta hace unos años, pues sus apariciones iban condicionadas casi siempre a su empleo como esbirro low cost, aquel pillo al que pagas una miseria para que intente robarle al protagonista ese objeto maravilloso.
Y digo intente porque, como puede deducirse, todos sus golpes acababan en el más estrepitoso y vergonzante de los fracasos. Eso cuando salían con vida, claro.
Sin embargo, ha habido grandes personajes entre los ladrones. Y no, no estoy hablando de Aladdin, sino de una ladronzuela que ha conquistado el corazón de más de uno: Vin, la protagonista de Mistborn.
Vin, por Mary Haney |
Esta intrépida muchacha, si bien se luce poco como delincuente, ha aprendido a sobrevivir en las calles y a hacerse respetar dentro de una banda de desalmados más que dispuestos a abrir gargantas.
Casi podría parecer que el latrocinio se ha convertido en el camino para llegar a ser un héroe, pues personajes como el odioso Kvothe también delinquieron durante sus primeros capítulos y miradlos ahora (en el caso de Kvothe sigue siendo un chulito de mierda, pero la vida le ha sonreído).
Con todo, aún está por ver que un ladrón sea el protagonista de una novela, o una historia, manteniéndose fiel a su profesión. De hecho, el único nombre que me viene a la cabeza ahora mismo es el del saqueador Bilbo Bolsón.
Un buen ladrón, desde mi punto de vista, debe ser un personaje pragmático, escurridizo y capacitado para arriesgarse lo mínimo posible. Un cobarde de manual, vamos.
Ah, y sobretodo, una persona motivada por el dinero, aunque no siempre a cualquier precio. Incluso los ladrones pueden tener un código moral aceptable.
A menos que este ladrón sea Caroline, la protagonista de La extraña tienda de Río Rojo, claro. En ese caso, no hay más moral que sus caprichos.
2. Al mejor postor: sicarios y mercenarios
Lo bueno de contratar a un profesional es que garantiza un trabajo limpio, rápido y eficaz. Lo malo, cuando ese profesional se vende por dinero, es que cambiará de bando con angustiosa facilidad siempre que no puedas duplicar la oferta de tu rival.
Eso son los mercenarios: la mejor espada del país a un precio difícil de pagar. Y unos personajes que llegan a ganarse el corazón de los lectores por su particular forma de ver el mundo y de expresarse.
Excepto en el caso de Daario Naharis, que se le quiere porque Danaerys lo ve con buenos ojos (y porque está bueno el cabrón).
Grrr...¿Quién se resistiría a una frondosa barba azulada? |
Como en el caso de los ladrones, el pragmatismo y la capacidad de guardarse las espaldas son requisito imprescindible en el diseño de un mercenario competente.
Deben ser capaces de no comprometerse demasiado, de huir sin ningún tipo de reparo cuando las cosas se ponen feas, incluso si es a costa de dejar atrás a sus antiguos amigos y aliados.
Y es que lo que nos fascina de ellos es ese comportamiento inestable, porque nos enfada, admira y sorprende a partes iguales. Los mercenarios gustan porque sabes desde el principio que no son trigo limpio, pero eso no evitará que tengas que acabar poniéndote en sus manos.
"Moza, aunque tengo un oscuro pasado ahora tengo título" "¡Al diablo el título! ¡Ven aquí, rufián!" |
Además, algunos con su irreverencia acaban tocándote la patata. ¿O acaso soy la única persona en el mundo que está enamorada de Bronn?
El encanto de mercenarios y sicarios radica en su imprevisibilidad, pero también en su destreza para salir bien librados de las más adversas situaciones. Y no solo eso: un buen mercenario debe ser capaz de salvarte el día.
3. ¿La bolsa o la vida? Bandoleros
Porque el ascenso social también existe entre los criminales, y algunos de los ladrones que mencionábamos antes se acaban convirtiendo en celebridades dentro del gremio.
Esto son los bandoleros: ladrones de clase alta. No porque tengan sangre real, sino porque gozan de cierto estatus ganado a base de cometer todo tipo de fechorías.
Si el ladrón se conformaba con robar y pasar desapercibido, el bandolero convierte el robar los bienes de otros en una forma elevada de arte que no solo le va a permitir vivir bien, sino poder permitirse toda clase de lujos y comodidades.
Bandolero humildemente vestido (Joan Sala i Serrallonga) |
Para lograr sus objetivos se valen sin remilgos de todo tipo de estrategias, a cada cual más inmoral: atraco a mano armada, uso de la fuerza, extorsión, secuestro y, llegado el caso, asesinato.
Y lo mejor de tan digna profesión es que por medio de sus ataques el bandolero no solo busca enriquecerse, sino también labrarse nombre y fama para él y su cuadrilla (porque tienen que tener una camarilla de perlas como ellos, sino solo son ladrones de montaña).
Si los anteriores maleantes causaban la admiración del lector por su talento para escurrirse y evitar las situaciones de riesgo, los bandoleros deben hacerse un hueco en sus corazones a espadazo limpio por su capacidad de generar tensión y situaciones límite.
Más que ponderar el riesgo, los bandoleros se lanzan a por las presas más grandes (y por ende peligrosas de conseguir) con el único deseo de engordar su lista de "honorables hazañas" y ser cada vez más temidos y respetados.
¿Qué habría sido de Curro sin su camarilla? |
Tampoco es que sean unos temerarios desquiciados, no nos equivoquemos, simplemente aprovechan a su favor la ventaja que da el ir acompañado de un elevado número de personas: sin cuadrilla, un bandolero se come los mocos.
El atractivo que poseen como personajes reside en su naturaleza impulsiva, su amor desmedido a la libertad y sus escasos reparos a mancharse las manos para conseguir lo que quieren.
Pero lo que más puede llegar a encandilar a un lector es el escaso interés que un buen bandolero debe demostrar respecto a ocultarse: si se hace uno bandolero es para vivir de puta madre y vestir mejor que un rey, no para ir por ahí ocultándose y malviviendo como un mendigo.
Desgraciadamente, la literatura fantástica aún no apuesta fuerte por los bandidos, y exceptuando al mitificado Robin Hood, pocos bandoleros gozan de fama más allá de nuestras fronteras. Tal vez sea hora de cambiar eso...
4. Velas negras... ¡Piratas!
Y pasamos de los bandidos de tierra, a los ladrones del mar: los piratas (del Caribe, del Mediterráneo y del mar que os de la gana, porque los mancillaron todos).
Os recomiendo ir a por algo para beber, porque ADORO a los piratas desde mi más tierna infancia, así que irremediablemente me voy a alargar. Como compensación os pongo música de fondo.
Ahora sí, adentrémonos en el fascinante mundo de la piratería y el contrabando, porque los piratas son el niño mimado de casi cualquier escritor de fantasía que haya tenido la idea de ambientar sus historias en el mar.
La del pirata es una figura romántica (gracias, siglo XVIII) que ha inspirado a muchos, tal vez porque la suya sea la estampa más clara y absoluta de lo que significa la palabra libertad.
Ahora bien, antes de profundizar en las bellísimas cualidades que debe tener un buen pirata, permitidme que os recuerde que esta palabra NO ES SINÓNIMO DE CORSARIO, ni lo va a ser nunca.
Un corsario es un pirata legalizado por la monarquía de turno, de modo que sus acciones tienen toda la cobertura legal posible que se les pueda dar: son perros del rey.
En cambio un pirata se para por el filo de la espada al rey, a su autoridad y al padre que los engrendró a todos. Los piratas son freenlance que no hacen caso a nadie más que a sí mismo y a su capitán.
Porque eso sí, entre los piratas existe por necesidad una clara jerarquía que debe ser respetada, pues de ella depende la supervivencia de la tripulación al completo, ya que el 70% del tiempo se mueven en un elemento imprevisible e incontrolable: el mar.
El otro 30% hacen como los escritores: darle un tiento al hígado |
Ahora bien, uno no se hace un nombre como pirata acatando a los demás, así que a la mínima oportunidad el simpático vigía y los treinta tipos más duros de tu banda pueden optar por amotinarse y hacerte pedacitos a sablazos. Gajes del oficio.
Lo de no tener amo, que es muy ronin, lleva implícita la insubordinación por naturaleza: no puedes hacer que un pirata te obedezca sin hacer un trato con él o encontrar algo con lo que amenazarle.
Y precisamente por eso son atractivos como personaje, sobretodo en la posición de aliado eventual del héroe principal: esa capacidad de cambiar de bando da mucho juego y genera tensión a cada frase.
Un pirata es menos de fiar incluso que un mercenario, porque no solamente se mueven por dinero, sino también por intereses personales (venganza, viejos juramentos...).
Euron Greyjoy, por Mike Hallstein |
Y lo peor de todo es que se sienten cómodos tanto en tierra como en el mar, la cual cosa comporta un doble peligro si deciden traicionarte y un más que interesante juego de dependencias, porque en mitad del océano, si quieres salir vivo, vas a tener que fiarte del mejor marinero... Aunque sea un asqueroso pirata.
Entre la generosa galería de piratas que ha dado la ficción podríamos destacar al majo de Euron Ojo de Cuervo (un tipo muy poco recomendable), Lady Lola Lockwood (la verdadera antagonista de Vampirates) o la capitana Morgan Adams.
Morgan Adams: paciencia 0 con la desobediencia |
Aunque parezca mentira, las mujeres piratas son tan abundantes como terribles. De hecho, cualquier mujer al mando de un navío tiene la innata capacidad de imponer e inspirar obediencia allí por donde pasa.
Y si no me creéis preguntaos a vosotros mismos si pondríais en duda las órdenes de Elizabeth Swann o de la Capitana Amelia... Yo no lo haría.
Con esto doy por acabada la lista de ejemplos a seguir, porque el post ya está quedando kilométrico y el objetivo es daros consejos para crear indeseables delincuentes, no aburriros con divagaciones.
Sin embargo, si consideráis que he obviado algún punto importante, os invito a notificarlo en los comentarios para que pueda enmendar ese error.
¡Nos leemos! ^^
Protagonista ladrón, así a bote pronto... Arsene Lupine, ¿no?
ResponderEliminarMuy interesante post
Si quieres ver un protagonista ladrón fiel a sus principios ya existe una novela. Las mentiras de Locke Lamora.
ResponderEliminarGracias por la aportación ^^
EliminarMmm creo que en Seis de Cuervos son todos ladrones y cosas así. Al menos el prota es la mente pensante de eso. Tendría que leerlo para opinar más. Muy buena descripción de todos ^^ ¡Besotes!
ResponderEliminarBuena clasificación. No tenía muy en claro la diferencia entre ladrones y bandoleros hasta ahora. Todos los días se aprende algo nuevo.
ResponderEliminarMe lo llevo para tener a mano.
¡Besos!