El arte de la churrería


Las churrerías son aquel comercio que te salva la vida tras una noche de farra. Y también el templo de los amantes de una taza de chocolate caliente. Porque comerlo solo es de sosos, que lo sepáis.

A todos nos encanta mojar el churro (en el chocolate, pervertidos). Por ese motivo en las churrerías producen sus deliciosas pastas a quilos y las venden al peso.

No hay nada malo en ello. Ahora bien, cuando trasladamos este sistema a la literatura...


El capitalismo es malo, señores. Y no lo digo solo porque fomente desigualdades y legitime la explotación de las clases no privilegiadas de la sociedad.

Es malo porque nos mete a todos en la rueda de hamster del consumismo desenfrenado. Comprar, comprar, comprar. Producir, producir, producir. Una verdadera locura que puede conducirte a trastornos muy severos si tratas de seguir el ritmo impuesto por el sistema.

Libros, libros, libros, libros, libros, libros...

Se dice que la gente no lee. Pero tras esta afirmación lo que se oculta es otra reflexión muy distinta. Lo que quiere decirse es que las personas no consumen libros al nivel que la industria editorial desearía.

Pero es que resulta humanamente imposible hacerlo. El volumen de publicaciones mensuales es abrumador. Cada semana salen al mercado cientos y miles de libros. No miremos ya las estadísticas anuales.

Nadie que deseé conservar la salud y respetar sus horas de sueño puede leer semejante cantidad de libros. No hablemos ya de comprarlos. Eso es directamente un suicidio económico del que no nos salvaríamos ni comiendo mijo.

Además nos conduce a otro problema: el engrose de la pila de libros pendientes. Acumulamos decenas de títulos en nuestros estantes a la espera de ser leídos. Y sin esperanzas de que el montón decrezca gracias a la tiranía de la novedad, tema sobre el que reflexionó Daniel Pérez.

Gandalf Un lector sepultado por su pila de pendientes

¿Os habéis fijado en que estamos hablando de cantidades y de consumo? Pues a eso quería llegar: a la vorágine que convierte la literatura en un bien cuantificable en lugar de disfrutable. Ese punto odioso en el que los libros se mastican en lugar de paladearse.

Una vez se entra en esa rueda, la lectura ya no es motivo de deleite, sino de estrés. Abrimos un libro tras otro con la angustia de tardar demasiado en leerlo y que eso entorpezca nuestro reto de lectura anual en Goodreads.

Compramos títulos a pesar de tener los armarios llenos porque no queremos perdernos la última novedad que todo el mundo reseña. Queremos estar siempre en la ola.

Y en cuanto adquirimos un libro nuevo ya nos estamos relamiendo por los títulos que han sido anunciados para los próximos meses. Que por cierto, si queréis estar al día de eso echadle un ojo a la web de la Revista Windumanoth.

La solución no es deshacernos de los libros para que nos quepan más títulos en casa. Sino concedernos unos segundos de reflexión para analizar nuestras pautas de consumo y ponderar si estamos conformes con ellas.

Porque es cierto, parte de la responsabilidad de este sistema recae en las editoriales que han decidido funcionar como churrerías y vender títulos al peso. Pero no debemos olvidar que quienes dejan la pasta en ese mostrador somos nosotros. Eso nos da un poquito de poder, ¿no os parece?

Habrá quien cuestione estas reflexiones. Pues que se publiquen muchos títulos nuevos da la oportunidad de saltar al mercado a infinidad de autores noveles. Eso es cierto. Y sin embargo posee un reverso tenebroso.

Cuando un sello vomita al mercado decenas de títulos al año, el tiempo que invierte en promocionar cada uno de ellos es mínimo. La novedad se convierte en una flor que perece a las pocas semanas de ver la luz. 

"¿De qué sirve presumir, rosal de buen parecer,
si aún no acabas de nacer, que ya empiezas a morir?"


Francisco de Quevedo

Eso no puede de modo alguno beneficiar a ningún autor, que además ha dado meses de su vida (y puede que años) en crear una historia para que luego sea vendida al peso y olvidada en cuestión de días.

Además, quienes más daño sufren por causa de este hecho son precisamente los noveles, pues no cuentan con una base amplia de lectores anterior a su publicación. Y así les será imposible afianzarse en nicho de público alguno.

¿Cómo hacerlo? Si la editorial trabaja en tu obra con la vista puesta en las diez siguientes. Y los lectores la reciben con el afán de saber qué más sacarán en un futuro.

La creación literaria necesita tiempo, del mismo modo que el análisis de una lectura precisa de un periodo de  maduración para el lector. Violentar estos tempos es capar de una de las características más maravillosas a la literatura; el arte de la reflexión. 

Pues no es posible sumergirse en un libro cuando estás pendiente de los diez que tienes en la mesita y de los veinte que saldrán el próximo mes. No pueden llegarte sus mensajes cuando devoras el contenido en diagonal y con un ojo puesto en el catálogo de novedades.

Este es un mal cada vez más extendido. No solo entre lectores anónimos, también en los propios blogs literarios. Muchos de ellos admiten no poder reseñar por falta de tiempo, como decía Carla en su blog, Café de Tinta. Y no nos beneficia a ninguno.

Personalmente no deseo contribuir a una producción y posterior consumo de la literatura mediante estas pautas. Es por eso que recomiendo la compra moderada de libros y también la imposición de un ritmo sosegado de lectura y de creación literaria.

No pasa nada por tomarnos la vida con calma. Las tortugas avanzan lentamente y eso las hace unas criaturas extremadamente longevas.


¡Nos leemos! ^^

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Recuerda que al comentar en esta página estás aceptando nuestra política de privacidad. Puedes obtener más información al respecto en el siguiente enlace:

http://escribeconingenio.blogspot.com/p/politicas-de-privacidad.html