¿Por qué nos gusta el worldbuilding?


Nada le gusta más a un lector que bucear en una buena historia. Y más cuando esta sucede en un mundo nuevo y desconocido.

Da igual si se trata de un universo inventando o de una alteración en nuestro mundo. Si existe una brecha por la que asomarse a otra realidad nos lanzamos de cabeza.

¿Por qué pasa esto? ¿Qué fuerza cósmica nos empuja a investigar como exploradores del siglo XIX esos lugares y sus particularidades?

Explicación tiene. Pero si queréis saber cuál es, tenéis que quedaros leyendo hasta el final ;)



La búsqueda de estímulos nuevos

Los humanos llevamos teniendo hambre de historias desde el principio de los tiempos. Y más aún si estas tienen lugar en entornos remotos y misteriososNos gusta explorar lugares inhóspitos, aunque sea a través del relato de otros.

Antaño (y por antaño entended hace siglos, que como historiador que soy, mi concepto del tiempo es un poco raruno), los libros de viajes eran los favoritos de los lectores.

Señor pudiente leyendo sobre viajes al exótico Congo

Las élites sociales disfrutaban leyendo sobre aventuras en la India, los territorios inexplorados de África o China. Estaban de moda las expediciones para cartografiar aquellos lugares aún por descubrir y escribir sobre ellas se hacía viral.

Sí, hijos míos. De esto hablaban en los clubes de lectura primigenios de los que os hablaba en el N1 de la Revista Windumanoth.

Y las buenas gentes de Europa engullían todas aquellas historias que especulaban sobre civilizaciones ocultas, animales inventados o... Qué sé yo, ¿la oportunidad de viajar al centro de la tierra?

Ahora que tenemos el mundo bastante bien conocido (aunque menos de lo que creemos), sentimos que se nos ha quedado pequeño. Total, en unas horas de vuelo se llega a todas partes. Pero la curiosidad no la ha palmado.

Ante esto nutrimos a nuestra vena hambrienta de novedades con mundos de fantasía y ciencia ficción. Son lo más parecido que tenemos a territorios inexplorados hasta que podamos hacer tours espaciales.

Y lo que hace a estos lugares tan deliciosamente atractivos es es el worldbuilding. La construcción de mundos, vaya.



Sed de aprendizaje permanente

Ya hay estudios que demuestran los beneficios de la lectura en el desarrollo del ser humano. Leer estimula el cerebro y activa procesos de aprendizaje parecidos a los que obtenemos mediante la experiencia.

Cuando George R. R. Martin dijo que los lectores vivían mil vidas antes de morir no iba tan desencaminado. Y lo mejor es que nos gusta vivirlas y aprender de ellas.

Al leer, trasladamos las experiencias de los personajes a ese gran disco duro que es nuestro cerebro. Las almacenamos y luego recurrimos a ellas para resolver conflictos de nuestro día a día o para comprender situaciones complejas.


Levantar muros para contener a los "salvajes". ¿De qué me suena?

¿A santo de qué creéis que se hacen paralelismos (con o sin sarcasmo) entre situaciones políticas y conflictos de los mundos de ficción?

Pero para mantener actualizada esa base de datos interna es necesario ir añadiendo datos. Y nada aporta más cantidad de información que un buen worldbuilding.

Hagamos la prueba: ¿cuántos sabían acerca de las propiedades opiáceas de la amapola antes de que se popularizara la leche de la amapola, el sedante más potente de todo Poniente?

Esta es una de las pruebas más claras de que el saber adquirido mediante la lectura, los datos sobre un mundo, son extrapolables y aplicables en el nuestro. Por lo tanto, la sed de aprendizaje (y de lectura) está más que justificada.



La vena insaciable

Si algo caracteriza al ser humano es la inconformidad. O el ansia viva que nos domina todo el puñetero tiempo. Nunca tenemos bastante con nada.

Por eso cada oportunidad de internarnos en un mundo nuevo nos cae como agua de mayo. Saltamos a él como pulgas a un perro y nos aferramos para sacarle todo el jugo.

Viajamos con los personajes, flipamos viendo paisajes increíbles o animales imaginario. Nos llenamos los sentidos y engullimos cada palabra como un oso tras el invierno.

Pero aún en historias con un worldbuilding tan bestia como las novelas de Canción de Hielo Fuego, los lectores tenemos ese afán de saber más.

¿Qué hay más allá del Muro? ¿Cómo era Valyria antes de su destrucción? ¿Hay todavía krakens como el del blasón de los Greyjoy?

Nunca nos quedamos contentos. Y es precisamente por esas preguntas que no podemos dejar de hacernos que nos fascina el worldbuilding de los libros que leemos. Queremos ver si en algún punto se resuelven nuestras dudas. 

O si el autor nos da datos para especular. Porque otra cosa que nos fascina es teorizar sobre esos mundos. Lo que decía, complejo de explorador del siglo XIX.



Cohesión cultural

Otro motivo por el que las historias con un gran worldbuilding nos crean fascinación es por el efecto que producen cuando sobrepasan la frontera de lo imaginario.

Los humanos somos sociables. Y aunque leer es un poco solitario, eso no nos impide compartir impresiones con nuestros compañeros de afición. De ahí el auge de los clubes de lectura.

¿Y qué ocurre cuando una historia gusta mucho dentro de un grupo de personas? Pues que lo imaginario salta al mundo real y se consolida en él.


El mundo imaginado traspasa al real

Los chascarrillos, las expresiones recurrentes, las metáforas y comparaciones... Todo lo que forma el worldbuilding de una historia es susceptible de convertirse en parte de la cultura grupal de los lectores.

Eso es algo que nos gusta. No solo compartir nuestra afición, también hacerla viva en el mundo real. Queremos sentir que somos parte de un grupo. Y con las redes sociales, ahora también el escritor puede jugar con nosotros.

Esa sensación es la madre del fandom. Y también el principal motivo de que el worldbuilding nos haga salivar como hienas.





Como veis, razones para que un buen worldbuilding nos fascine las hay a patas. Casi tantas como lectores. ¿Ya sabes cuál es la tuya?


¡Nos leemos! ^^

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