Relato: Goteo


A petición popular, hoy os traigo un relato cuyos protagonistas tienen las orejas picudas. Ya advierto ahora que se trata de una cosa muy rara, lo que yo llamo "relato-escena", porque bien podría tratarse del fragmento de una novela. Espero que lo disfrutéis ^^


Goteo





Mis pasos resuenan por el túnel de piedra, restos del antiguo circo romano. De día, la vieja Tarraco es para los hombres, pero cuando cae la noche las ruinas pertenecen a mi pueblo: los mal llamados elfos oscuros, pues salvo en las orejas, ningún parecido tenemos con esas alimañas de los bosques.
Llegas tarde –dice Atron a modo de saludo cuando me ve aparecer por el pasillo–. Todos te esperan... princesa.
La burla brilla en sus ojos dorados cuando me llama por mi título. Bufo con desdén, prefiriendo ignorarle. Él se percata y su sonrisa se hace más ancha. Señalo la pared con un gesto. Atron se acerca y sus pálidas manos tantean entonces la piedra hasta dar con un resorte. El suelo cruje y se abre, descubriendo las escaleras.
El descenso nos lleva apenas unos minutos en la más completa oscuridad, y cuando por fin abandonamos el último escalón nos encontramos en el corazón del Palacio, un coloso de mármol negro iluminado por fuegos azules. Atron me conduce hasta el balcón más cercano, desde donde se puede divisar el patio. Me asomo con cuidado.
Allí, resguardada tras los gruesos muros del castillo, se ha improvisado una gradería. Mi pueblo se agolpa en ella, y la algarabía propia de quienes esperan un gran suceso hace temblar las paredes del palacio. El clamor ensordecedor de la multitud me aturde, haciéndome retroceder. Servicial, Atron me sujeta por los hombros.
¿Te encuentras bien, princesa? –pregunta con fingido interés. Dioses, cómo lo detesto.
Perfectamente. –Lo aparto sin delicadeza alguna, encaminándome hacia la gran rampa que conduce al patio–. Vamos, mi pueblo espera.

***

No hay luz. No hay árboles. No hay nada salvo el incesante goteo del agua que cae periódicamente del techo. Nada, salvo la oscuridad.
Llevo dos millones trescientos cincuenta y ocho goteos aquí, sin más compañía que la de las escasas ratas lo bastante incautas como para adentrarse en este dédalo de jaulas. Sé que hay otros como yo, puedo oír sus respiraciones, sus gritos de angustia. Y también sus silencios.
Sonrío resignado. Ninguno de nosotros saldrá de aquí jamás.
En ese instante oigo pasos, y el crujir de las bisagras de una puerta al abrirse. Mi sonrisa se ensancha.

***

Cuando mi discurso termina el pueblo vitorea y grita enloquecido. Los puños golpean la madera de las gradas en una cacofonía atronadora que se vuelve inaguantable cuando los carceleros hacen su aparición en el patio, arrastrando al protagonista del espectáculo de esta noche. Lo escruto atentamente mientras lo arrastran hacia la tarima en la que estoy sentada.
El prisionero camina erguido, si bien mantiene la mirada baja. Su cuerpo, vestido con harapos, está marcado por el látigo de mis torturadores, y sus cabellos, otrora rubios y ondulantes, lucen ahora apelmazados y sucios, cayendo sobre su espalda con más bien poca elegancia.
Y sin embargo, sigue siendo hermoso.
Mis ojos se clavan en los suyos, de un verde intenso, cuando los carceleros lo obligan a arrodillarse ante mí. En su mirada no hay miedo, y eso hace que mi cuerpo se vea sacudido por un estremecimiento que conozco muy bien. Atron, tal vez percatándose, se agacha para susurrarme al oído.
¿Te agrada lo que ves, princesa? –Me encojo de hombros–. No finjas, sé en qué estás pensando. Esta noche, si así lo quieres, puedo satisfacer tu deseo.
Sus manos se deslizan discretamente bajo mi vestido, acariciándome. Lo fulmino con la mirada, pero eso, lejos de amilanarlo, lo empuja a seguir deleitándose en el tacto de mi carne. Un suspiro escapa de mi boca cuando los dedos de Atron rozan un punto especialmente sensible, solo entonces sus manos se retiran. Dioses, cómo le odio.
Indico con un gesto a los carceleros que cuentan con mi aprobación. Éstos asienten con una reverencia y se llevan al prisionero hasta el centro del patio, donde lo abandonan maniatado. Suena un cuerno, y las puertas por las que trajeron al preso se abren de nuevo, dejando entrar a mi mejor inversión. La multitud grita y aplaude al verlo aparecer.

***

Ese coloso avanza en mi dirección con paso impávido. El peso de su armadura parece no afectarle en absoluto, como tampoco lo hace el hacha que blande entre sus manos. Unas manos delicadas y blancas. Horrorizado, busco los ojos que se ocultan tras el yelmo. Unos ojos verdes como los míos.
Él es uno de nosotros.
Hermano... –murmuro cuando apenas unos metros nos separan, pero mi adversario no responde antes estas palabras.
Retrocedo al verlo alzar el hacha, y ésta se clava en el suelo de tierra. Mi rival recupera el arma sin esfuerzo y la blande de nuevo en mi dirección. Trago saliva. Ése no es un gesto aprendido en los bosques, no es así como lucha mi pueblo.
Apenas tengo tiempo de reflexionar al respecto cuando mi enemigo se lanza sobre mí. Me aparto, pero no lo suficientemente rápido para escapar del mordisco del arma. La sangre empapa la hoja del hacha y la carne desgarrada de mi brazo izquierdo mancha de rojo lo que queda de mis vestiduras.
Retrocedo cuanto puedo, hasta que mi espalda choca contra la tarima desde donde la bella princesa contempla impasible mi destino. Busco sus ojos con los míos, y ella responde a mi llamada. Nuestras pupilas bailan juntas, las mías pidiendo clemencia, las suyas instándome a luchar. Cree en mí. Piensa que puedo lograrlo. Es tan hermosa...

***

Perdido en mi mirada el incauto ni siquiera se percata de que su enemigo se acerca. Una sonrisa esperanzada aflora en sus labios, y sus ojos brillan confiados. Dos segundos más tarde su cabeza rueda por el suelo, aún con esa ridícula expresión marcada en el rostro.
Mi pueblo chilla cuando el coloso alza los restos del elfo con sus poderosos brazos, dejando que la sangre del infeliz le bañe la armadura. El liquido tiñe por entero la armadura de carmín. Con un grito bestial mi máquina de matar lanza los despojos de su rival hacia el público, que alza las manos para recibirlos.
A los pocos minutos la gradería sur es un frenesí de sangre y entrañas. Esta noche la cena les ha salido barata. Sonrío al ver feliz a mi pueblo y noto la mano de Atron sobre mi hombro, deslizándose para acariciar mi pecho.
Ha sido rápido –comenta, viendo cómo el coloso se retira de vuelta a las entrañas del Palacio.
Era un iluso –digo, observando la cabeza cortada del elfo, que aún me contempla desde el patio, esperando una misericordia que jamás llegará–. El de mañana será mejor.

***

Ya no se oyen pasos, ni quejidos, ni respiraciones. Solo queda el goteo. Y la oscuridad. Ahora estoy solo, aunque sé que no durará mucho esta calma, tal vez doscientos goteos más. Mis labios se curvan en una sonrisa que pronto deja paso a una sonora carcajada. Mi garganta se adolece ante el gesto, pero no por ello dejo de reír.
Cae otra gota. Bien. Ya falta menos.



Y hasta aquí lo que se daba. Ya os dije que era muy raro... Como siempre, dejad vuestras opiniones en los comentarios, porque cualquier corrección puede ser de inestimable ayuda para mejorar.

¡Nos leemos! ^^

4 comentarios:

  1. Está guay, pero sí que parece una historia a mitad ^^ ¿Conoceremos más cosas de estos feéricos? ¿Por qué la princesa no manda a Atron a la arena? ¿Por qué el del goteo parece estar tocadillo? Muchas ganas de saber más. Un beso :)

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    1. No sé, no sé... Empezó como un relato, pero los personajes están cogiendo cuerpo en contra de mi voluntad. Lo someteré a votación popular en Twitter, y según el resultado, así lo haré (y sino tendréis que ir esperando a mis ramalazos de inspiración para saber más XD).

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  2. Me he sorprendido gratamente con tu relato, no sólo por su originalidad sino por lo bien que has captado la esencia de los narradores.
    Yo también suelo escribir este tipo de relatos/escenas. Salen de la nada y no se unen con nada, pero merece la pena plasmarlas.
    Un beso
    Lena desde Compases Rotos

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    1. Vaya, gracias por el comentario, me alegra mucho que te haya gustado =D

      La verdad es que escribir este tipo de relatos es muy relajante, y muchas veces sirven como semilla para algo mayor (como parece que será el caso).

      ¡Nos leemos!

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