Hay un gay en mi libro


Hijos míos, siento ser yo quien os lo diga, pero el mundo no es heteronormativo. De hecho, no lo ha sido nunca, por mucho que el cine y la televisión se hayan esforzado en hacernos creer tal cosa.

Tras demasiado tiempo de ninguneo, el colectivo lgtbi+ reclama su legítimo espacio. Tanto en la sociedad como dentro de las actividades de ocio. Y le pese a quien le pese, van a conquistarlo. 

La literatura es una de esas ventanas a la normalización. Pero con odiosa frecuencia, cuando uno busca lecturas con protagonismo lgtbi+ parece que tenga que conformarse con historias que reflexionen exclusivamente sobre el tema.

¿Es que no hay lesbianas en la ciencia ficción? ¿Acaso no existen gays o bisexuales en la fantasía?

La respuesta es que sí. Y de hecho, han estado allí desde siempre. Así que si os apetece un viaje por la historia de varios de los no heteros más atractivos de la literatura de género, id a por unas palomitas y disfrutad de la lectura.



Los clásicos no eran heteros (y lo sabes)

Si consideramos los mitos clásicos y las grandes epopeyas como la cuna de la moderna literatura fantástica, acabamos de encontrar un filón de diversidad (y desfase).

Me voy a abstener de relatar la vida amorosa de las deidades grecolatinas. Entre otras cosas, porque solo con Zeus y sus polvetes ya tendría para un post entero y no es plan. Así que si no os importa, vamos a ir directos a los poemas épicos.

Probablemente, el primer marica ilustre fue Aquiles, héroe griego de la Ilíada. Da igual lo que digan en películas como Troya o lo que rancios catedráticos os cuenten: Aquiles y  Patroclo sentían el uno por el otro amor del bueno.

Tanto es así, que la muerte de Patroclo fue la causa última de que, tras un monumental cabreo, Aquiles decidiera volver a la lucha y darles matarile a los troyanos. Si no, el bando aqueo se habría quedado sin héroe (y sin victoria).

Ambos no son más que el arquetipo literario más conocido del amor griego. Para la sociedad clásica, el verdadero amor solo podía darse entre hombres, puesto que las mujeres eran una especie de cosas que solo servían para tener hijos.

Lo de Aquiles y Patroclo no era excepción:
los soldados mantenían relaciones en los batallones

Es muy misógino el concepto, lo sé. Y de hecho el amor griego tiene varios claroscuros. Como por ejemplo, el gran desprecio que sentía la sociedad cuando dicho amor se manifestaba en relaciones entre iguales.

Por lo visto, tirarse a un jovencito está bien. Acostarse con uno de tu edad, ya es menos bonito para la Grecia Clásica. Hay que ser como Zeus, que iba detrás de los mancebos.

De todos modos, la mayoría de hombres griegos cabales se pasaban un poco por el arco del triunfo esas milongas. Y gracias a eso, el conquistador más joven y poderoso de ese periodo, vivió y murió siendo maricón perdido.

¿Qué se siente, homófobos, al saber que vuestro admirado Alejandro Magno era gay?



En fin... A pesar del poco interés que la sociedad griega mostraba hacia las mujeres y su sexualidad, el hecho es que sí ha quedado constancia en algunos textos de las prácticas sáficas entre griegas. Si bien estas son escasas.

Así por ejemplo, en El Banquete de Platón, obra que reflexiona sobre las naturalezas del amor, se hace referencia a mujeres que "no se preocupan por los hombres, pero que tienen contactos con mujeres".

Y ya en la vida real tenemos el archiconocido caso de la poetisa Safo de Lesbos, icono lésbico al que debemos la designación que tiene hoy día el amor entre mujeres.



Medieval y Moderna, ¿un páramo hetero?

Que sí, ya sé que durante la Edad Media la gloria de las letras se la llevaron los cantares de gesta. O las poesías trovadorescas sobre el amor cortés, casto y puro.

Pero que haya tantas perlas sobre el amor hetero no quiere decir que el colectivo lgtbi desaparezca hasta después de la Peste Negra. 

De hecho, en el Medievo las relaciones entre personas del mismo sexo se "toleraron" bastante. Al menos durante los primeros años tras la caída del Imperio Romano. Aunque se consideraba igualmente un pecado.



Pero eso poco les importó a notables personas como la poetisa María de Francia, que elogia el amor entre mujeres en sus breves obras. También es cierto que lo que hicieran las mujeres entre ellas les importaba bastante poco.

Eso permitió el auge del amor sáfico en conventos de toda índole. Y el culto al homoerotismo en los monasterios masculinos, vaya. Eso sí, siempre de forma disimulada y de puertas para adentro, no sea que se entere el Papa.

Por lo que respecta a los reinos no cristianos, parece que estos se contagiaron del amor griego. Por eso existen no pocos poemas de alabanza a bellos mancebos escritos por varios poetas de Al-Andalus. Por ejemplo, El collar de la Paloma, escrito por el andalusí Ibn Hazm.

En cuanto al retrato que se hace sobre el colectivo lgtbi en la literatura durante este periodo, lo cierto es que solo se les presenta como caricaturas.

Habitualmente, los rasgos homosexuales se concentran en villanos ridículos (masculinos). Y más que por su condición sexual, se les veja por su comportamiento afeminado. De nuevo, la misoginia nos saluda desde el odio a lo lgtbi.

Si nos asomásemos en cambio a la ventana del medievo japonés, veríamos que la situación era algo distinta. No en lo que respecta a la situación de las mujeres, que tampoco importaba, sino al retrato del amor entre hombres.


Esta obra fue reseñada en El Peso del Aire

Para los samuráis y los monjes budistas, estas prácticas eran bastante comunes y poco censurables. Así queda atestiguado en obras como El gran espejo del amor entre hombres escrito por Ihara Saikaku.

Por desgracia para nosotros, en este periodo no hay en las obras que pudiéramos considerar género (historias épicas) referencias a las relaciones no heteronormativas.

¡Miento! Sí que hay una obra de principios de la Edad Moderna del dramaturgo Marlowe donde hace aparición un personaje que podríamos ubicar dentro del colectivo lgtbi. 

Pero si me lo permitís, os hablaré de él un poco más adelante, cuando mencione otra de las adaptaciones de esta obra tan famosa ;)



Haberlos haylos, también en el siglo XIX

Tal vez el esplendor de la literatura protagonizada por los no heteros se dio durante el Romanticismo. Esta época de apostar por lo oscuro, las pasiones y el yo abrió la puerta a la diversidad sexual. Eso sí, como prejuicio.

Al parecer, el dúo de malignidad + homosexualidad vivió sus años de oro a manos de varios de los escritores de este periodo. No así con todos (y menos mal).


Carmilla, retratada como un demonio que perturba el sueño

Así por ejemplo, encontramos a la sensual y perversa Carmilla, vampira y protagonista de la novela homónima. Su gusto por las féminas es tratado aquí como un rasgo más de un perversa esencia demoníaca.

Esto responde a la concepción victoriana de que las mujeres no tenían deseo sexual. Por eso mismo, que dos amigas se comieran la cara era considerado algo más cariñoso que sexual. No lloréis, que en el fondo eso era ventajoso.

Como bien nos explicó en su momento Cristina Domenech, esta circunstancia fue aprovechada por señoritas como Anne Lister para empotrarse fuertemente con otras muchas e ilustres señoritas de bien. Y para cohabitar con ellas.

Pero claro, su amor visto desde fuera era casto afecto, no como el de la pobre Carmilla, quien por su naturaleza solo se movía por sus bajas pasiones.

Otro destacable miembro del colectivo lgtbi+ es el también célebre Dorian Gray. Al igual que Carmilla, el joven lord es recordado por ser un exponente de maldad.

Su vida de perversiones, muchas de ellas relacionadas con orgías múltiples, si bien le convierten en uno de los personajes más abiertamente bisexuales de la literatura romántica, también son la causa de su maldad.

Dorian Gray es un hombre desviado del buen camino, un demonio que ha vendido su alma a cambio de una vida de excesos y pecado. Una criatura de hermosa apariencia que esconde su maldad encerrada en un demoníaco retrato.



Como podéis ir viendo, en esta época pareciera como si el elemento diabólico estuviera detrás de todos estos personajes no heteronormativos.

Y eso es lo que me hace sospechar acerca de la naturaleza de uno de los dúos más famosos de este selecto plantel de personajes que componen la literatura del siglo XIX.

Hablo de Fausto y Mefistófeles, una entrañable parejita de desaprensivos que se pasaron décadas viajando, perturbando la paz de doncellas castas y reflexionando acerca de todo tema filosófico.

No tengo pruebas pero tampoco dudas de que semejante pareja era algo más que compañeros de intereses. Y no lo digo yo, lo dicen las citas de Goethe y también las de Marlowe en su versión de esta historia.



Ningún demonio aguanta ni la mitad de las exigencias de Fausto si no actúa movido por la devoción (y las ganas de marcha) hacia el otro sujeto.

Pero por el momento voy a dejar aquí el tema, porque sino me saldría un monográfico hablando solo sobre la naturaleza homoerótica de Fausto y sus versiones. Es lo que tiene tener temas fetiche ^^'



Los cambios del siglo XX

Por suerte para todos nosotros, la demonización de aquello que no es hetero fue muriendo con el paso de las décadas. Si bien no desapareció el desprecio hacia lo lgtbi, algo que por desgracia aún se mantiene como una odiosa lacra.

En cualquier caso, se observa un progreso a nivel literario que encuentra su máximo exponente en Orlando protagonista de la novela que lleva su nombre, obra de la gran escritora Virginia Woolf.



La novela narra la vida del joven y adinerado Orlando, un muchacho que corretea de una época a la siguiente y que, por avatares del destino, es transmutado en una mujer.

El cambio de sexo, que no de identidad del personaje, es una obra fascinante y pionera en la exploración de los roles de género y de lo que significa ser hombre, mujer o un ente intersexual, como lo es el propio Orlando.



Existen más personajes tan intensos como el creado por Virginia Woolf. Pero con la llegada del siglo XX, aparece también lo que hoy día conocemos como literatura de género.

Pero sobre estos modernos personajes y su impacto en la normalización y visibilización del colectivo lgtbi+ hablaremos en el próximo post dedicado al #LeeOrgullo.


¡Nos leemos! ^^

2 comentarios:

  1. ¡Qué artículo tan interesante! Genial para encontrar clásicos para el LeeOrgullo :D muchas gracias! Ahora tengo curiosidad por Orlando...

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    1. Me alegro de que te haya servido. Parece mentira, pero los clásicos son una mina de oro a pesar de que, al menos en las aulas, parece que la literatura es solo hetero.

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