Los tipos de escritor y El Principito



¿Qué tendrá que ver un niño que deshollina volcanes con los tipos de escritor? Más de lo que parece...

Todo el mundo conoce al Principito, y quién más, quien menos, lo ha leído en algún momento de su vida. 

Se dice que Saint-Exupéry logró escribir una verdadera obra universal, un libro con tantos matices, con tantas interpretaciones... Que cada nueva lectura es diferente a la anterior.

Eso es lo que me dispongo a hacer hoy: interpretar las conductas inadecuadas que un escritor puede llegar a manifestar a lo largo de su carrera usando a los personajes del libro como guía. 

Elogio al bandolero


Hoy, como es martes, toca salvar un relato. En concreto, un elogio a los gentlemen del latrocinio redactado allá por octubre. El jueves, como siempre, habrá artículo nuevo.



Elogio al bandolero



Qué palabra más rápida para desprestigiar a una persona, para juzgarla y ponerle un nombre. Bandolero llamas a los hijos de la miseria y a los hijos del poder por igual, no haces distinciones: para ti son unos locos, asesinos paranoicos, egoístas henchidos de su propia esquizofrenia, afanosos de atacar a sangre fría, de inventar agravios que canalicen su sed vacua de sangre inocente. Lobos individualistas engrandecidos de su propio orgullo, ciegos de ira e irracionales, ajenos a los valores morales de corrección y respeto que tanto te llenan a ti.

Y te equivocas.

El bandolero es muchas cosas: cruel y sanguinario, posiblemente; violento, quizás; pero no egoísta, no irracional. El bandolero es por definición un hombre de bando, y por él estará dispuesto a todo, y no hallará en el mundo descanso mientras quede vivo uno solo de los que a su bando se oponen.

Pero bandolero no es aquel que, mezquino, ejerce de víbora irredenta, saltando a traición sobre los tobillos del incauto viajero; no es ingrata sierpe que se arrastra y estrangula al que le dio cobijo, que lo exprime y reduce a la mísera condición de nada en su afán de sólo Dios sabe qué .El bandolero va siempre de cara, es previsible, y no por ello es menos terrible.

El bandolero siempre avisa. Siempre. Porque en el ataque sin advertencia no hay honor, y el bandolero será muchas cosas, pero jamás mezquino, nunca traicionero. En eso te mejora, gentilhombre del burgo, porque de él se pueden esperar atroces actos de violencia, pero de ti... De ti se puede esperar cualquier cosa, y no será menos nocivo que el mas execrable de los crímenes de tu odiado bandolero.

Se le ha encasillado al bandolero, desvestido y engrosado con adjetivos tales como: criminal, individualista, sediento de sangre, azote de la tierra, calamidad fratricida, intrigante rupturista. Y eso es porque es más fácil ridiculizar y vapulear, es más fácil satanizarlo que aceptar que lo usaste cuando te convino para el trabajo ingrato. Porque tu, honrado ciudadano, no puedes aceptar que tu cuello está intacto por obra de su trabuco, porque no puedes vivir tu feliz vida sabiendo que cada aliento se lo debes a ese sanguinario, desarrapado y egoísta que, en el momento crucial se revolvió con esa furia que ahora desprecias contra los enemigos de ambos.

La vida no es justa, en absoluto, y tú lo colgaste de las ramas de árbol, lo convertiste en un delincuente y deshonraste su imagen y su nombre por no reconocer quién era, por no reconocer tu propia fragilidad. Ahora tú estás vivo, triunfante, impecable y limpio de mácula... y él se mece al viento.
Pero el viento habla: y lo que dice es una oración tan antigua que ni los siglos han logrado borrar, una frase que hace que te tiemblen las rodillas aún hoy, protegido tras los muros de tu villa patricia. El viento habla y dice:

"Yo, el bandolero, voy por ti y por los tuyos. No te daré paz ni tregua, haré de tus noches un infierno y de tus días una pesadilla hasta que de ti no queden ni las cenizas, hombre honrado de la villa. Yo, el bandolero, voy a por ti".

Y aún necio, tu burgués engrandecido, te ríes y susurras: "Estás muerto, jajaja. Estás muerto y para mi no eres nada. No importas", y te olvidas nuevamente, necio gentilhombre, que ante todo el bandolero es un hombre de bando.


Y hasta aquí el relato de hoy. Espero que haya sido de vuestro gusto, aunque no es lo que suelo escribir. Si queréis más sangre, echad un ojo a mis otros relatos.
¡Nos leemos! ^^

La arquitectura en los mundos de fantasía



Existe algo peor que diseñar la geografía de tu mundo: construir sus estructuras.

Tus personajes, como todo hijo de vecino, necesitan un techo donde refugiarse, un espacio donde rendir culto a sus dioses, unas aborrecibles oficinas de la administración estatal donde pasar la eternidad haciendo cola... Vamos, que necesitan edificaciones que respondan a sus necesidades y las necesidades de su mundo (valga la redundancia...).

Pero si construir un espacio geográfico ya resulta una verdadera odisea, imagínate además elaborar desde cero ciudades, aldeas y templos de montaña. Y desde cero quiere decir que vas a tener que poner desde el primer adoquín de la carretera hasta el pináculo de la torre del reloj.

¿Ya te he aterrorizado? ¿Te estás planteando dedicarte a la narrativa contemporánea y dejar la fantasía para otros? 

Bueno, nadie dijo que escribir fantasía fuese fácil (y lo sabes), así que antes de tirar la toalla échale un ojo a estas pequeñas pautas para ser arquitecto de fantasía.

Relato: el Puente y el Diablo


En esta ocasión vengo a traeros un relato que es más una reinterpretación de una leyenda que otra cosa. La compartí ya hace un tiempo en Facebook y creo que ha llegado el momento de recuperarla.

No os adelanto nada, porque se trata de un texto bastante corto. Aún así, espero que lo disfrutéis mucho ^^

*Advertencia: El texto NO contiene escenas de violencia (cosa rara viniendo de mí...), si eres mayor o lo que buscabas era mi crueldad habitual te recomiendo que indagues entre mis otros relatos (pero primero échale un ojo a este, plis). Gracias ^^*


El puente y el Diablo


Ilustración de Jesús Gabán

—Te hemos quitado el puente —dijo el pueblo riendo entre dientes—. Nos lo hemos quedado y sin pagarte por ello. Te hemos engañado.

—Así es —concedió el demonio, recostándose contra la barandilla del puente para encenderse un cigarro.

Estaba tranquilo. Sonreía. Eso molestó al pueblo, que cruzándose de brazos volvió a insistir.

—Tu mérito será nuestro —dijo el pueblo—. Usaremos tu puente a diario. La gente vendrá a visitarlo y se maravillará. Nos lloverán elogios.

—Bien por vosotros —los felicitó el demonio, dando una profunda calada a su cigarro y dejando escapar el humo con indolencia.

No parecía en absoluto perturbado ni molesto por las palabras del pueblo, y eso enfurecía a los habitantes, haciéndoles perder la paciencia.

—Te robamos tu trabajo, tu mérito. ¿No te das cuenta?

Entonces el diablo abrió los ojos, unos ojos amarillos que brillaban con la luz de los fuegos del Averno. Lanzó la colilla al suelo y extinguió su llama con un pisotón certero. Solo entonces abandonó su pose relajada para encararse al pueblo con una sonrisa. Una sonrisa que los hizo retroceder y encogerse como si fueran un vulgar rebaño de ovejas.

—Por supuesto que me doy cuenta. Os apoderaréis de mi puente y os lucraréis con él durante varios años. Eso ya lo sé. Pero —añadió el Diablo, y su sonrisa se ensanchó— las modas pasan, el tiempo marchita las cosas, y en unos años vuestro puente serán ruinas. ¿Y entonces qué haréis? La gente os pedirá reponerlo, querrá que hagáis de nuevo otra maravilla. Y no podréis.

El pueblo quedó en silencio, escuchando las palabras del demonio. Después, con un gesto despectivo empezaron a abandonar el lugar, dejando solo al constructor de la gran obra, aún apoyado contra la barandilla.

—Os apoderaréis de mi puente —repitió el Diablo, y todos le oyeron—, pero no de mi talento. Lo que para vosotros es una joya para mi es solo un puente más, puedo hacer tantos como quiera. Pero vosotros no. Vuestro robo, queridos amigos, será vuestra condena, porque por muchas medallas que os colguéis, el puente y el arte que lo levantó seguirán siendo míos, lo sepa o no el mundo.


Eso ha sido todo. Tanto si os ha gustado como si no, querría conocer vuestra opinión para seguir mejorando, así que no seáis tímidos y dejad en los comentarios cualquier aspecto que os haya llamado la atención o que mejoraríais. 
¡Nos leemos! =D

Receta para leer como escritores


¡Ah de las cocinas! Preparad vuestros fogones porque hoy vamos a aprender a cocinar una lectura a la escritor. Allá vamos.

Antes que nada vamos a romper un par de tópicos malos sobre el leer como escritores, que parece que tiene mala fama hacerlo.

1. Impide disfrutar de la lectura

Esto es falso: leer como escritor no es un impedimento para pasarlo bien con el libro en cuestión. Puede que te haga leer más despacio de lo habitual, eso sí, pero por lo demás no tendría por qué impedirte gozar de la lectura. Si eso te preocupa, no obstante, puedes intentar leer como escritor obras que ya has leído antes y que te han gustado.

2. Corrompe tu estilo

Analizar, al igual que leer libros de otros autores de tu género, no contamina tu manera de escribir (siempre y cuando no trates de imitar la forma de escribir de quienes estás analizando, claro...). Al contrario: puede enriquecerte, aportarte nuevas ideas e incluso ayudarte a plantear los conflictos de tu historia desde otra óptica. Ahora bien, si crees que leer a otros va a "envenenar" tu talento, no lo hagas, y mejor céntrate en otro género distinto al que escribas.

Relato: Crónica a lápiz



Con todos vosotros el relato que escribí en noviembre para el taller de escritura de Literautascon el título El lápiz mágico, que aún no había tenido tiempo de compartir por aquí. Espero que lo disfrutéis mucho.

*Advertencia: El texto contiene escenas de violencia, si eres menor o no te sientes cómodo con este tipo de escritos te recomiendo que, por favor, no lo leas. Gracias ^^*.

Crónica a lápiz


El papel sigue intacto, expectante, y el maldito instrumento con sangre de carboncillo se ríe de mi indecisión desde el escritorio.
Fírmala –me tienta, desdeñoso, ese lápiz cuya voz solo yo oigo.
Y mis ojos lo contemplan, mis manos tiemblan y lo agarran inseguras. Acerco su punta afilada hacia la hoja que espera... Y me detengo.
No puedo –confieso, volviéndolo a soltar sobre la mesa–. No puedo hacerlo.
Eres débil –escupe entonces con desprecio–. ¿Qué dirían de ti si lo supieran? ¿Qué sería de ti si yo lo contara?
Basta –exijo, levantándome de la silla y andando hacia la ventana.
Fuera, en la calle, la luz brillante del astro rey lo ilumina todo con insolencia, y los pájaros de la ciudad recorren con sus idas y venidas un cielo inmaculadamente azul, un cielo perfecto. El verlos volar, libres de toda atadura, me relaja y entristece por igual.
Puedes seguir ignorándome todo el tiempo que quieras –dice el lápiz, ese instrumento mágico que me habla cuando estoy solo –. Lo puedes aplazar cuanto gustes, pero nunca desaparecerá: el papel seguirá aquí, y deberás hacerle frente tarde o temprano.
No... –digo en un murmullo que crece hasta convertirse en grito–. ¡No! No puedo hacerlo, no debo hacerlo.
Pero tienes que hacerlo –afirma el lápiz con determinación, y esas cuatro palabras caen sobre mí con toda su fuerza.
De repente siento el peso del uniforme, asfixiándome: me pesa la camisa blanca, la chaqueta, el cinturón. Me pesa la gorra, las botas, la corbata... Y sobretodo me pesa la banda roja del brazo izquierdo y su símbolo en negro, mil veces maldito. Me pesan los galones y cada gota de sangre derramada que los avalan. Me pesa.
Me pesan sus risas, robadas para no volver. Me pesan los gritos que me negué a escuchar. Me pesa el crepitar de las llamas, devorando sus hogares. Me pesan las balas, liberadas para matar inocentes.
«Tú no lo sabías. Tú no lo sabías...».
Me lo repito como una salmodia cada noche, pero sé que no es cierto: yo lo sabía. No quería saberlo, pero lo sabía. Y ahora me pesa.
Me pesa cada orden que acabó con su alegría. Me pesa cada carrera por las calles, acosándolos como a conejos. Me pesan mis propias carcajadas al oler su miedo, desfigurándome un rostro cada vez menos humano.
Eres un cobarde, Alois –afirma el lápiz mágico que sólo yo en mi desquicio logro escuchar–. Ahora lloras y te lamentas, pero no te dolía tanto cuando los arrastrabas a la muerte. Ni siquiera pensabas en ellos mientras brindabas con tus superiores.
Es diferente –alego sabiendo que no es excusa–. La quieren a ella.
Y antes te pidieron a otras: Judith, Ruth, Maria, Sara... Tenían nombres, Alois. Y una familia. No eran diferentes a ella en nada, pero no te importó firmar sus sentencias. No te importó en absoluto condenarlas a ese horror que tus amos adoran. Sí, tus amos. Porque tú eres su perro, un sucio y repugnante perro de presa que sólo sabe matar.
Mis hombros se contraen en un espasmo y bajo la cabeza, temblando. Las rodillas se me doblan y siento náuseas. El uniforme me pesa. Los galones me pesan. La sangre... Su sangre me pesa.
Fírmala, perro cobarde –insiste el lápiz desde el escritorio, lacerándome con esa voz de grafito que no oye nadie más–. Para ti no hay más camino, ya no.
No hay más camino. No hay más camino. No hay... Lo hay.
Avanzo febril hacia el escritorio y mis manos se dirigen sin quererlo hacia el cajón para aferrarse con desespero a mi cómplice de horrores, a mi compañera de frío metal y alma aún más fría. La acaricio con ternura, recorriendo cada centímetro del cañón con mis dedos blancos. El arma se estremece y casi gime ante mis caricias. Ojalá fuera ella...
Fírmala –repite el lápiz, consternado ante mi actitud.
Yo le dirijo una última mirada a él y a la sentencia, aún sin firmar, y niego con la cabeza esbozando una sonrisa.
No –respondo mientras el cañón de la pistola me lame el cuello y me besa la barbilla, subiendo hasta mi sien.
Cierro los ojos con un ronroneo mientras mis dedos la presionan. Oigo un chasquido de metal. Luego un estallido de tormenta. Y luego... silencio. 

Y hasta aquí el relato. Tanto si os ha gustado como si no, me gustaría conocer vuestra opinión en los comentarios para seguir mejorando. ¡Nos leemos!

Técnicas de escritura para hacedores de historias


Seas amateur o senior, nunca está de más aprender algún que otro truco para mejorar nuestra forma de escribir.

En el pasado hablamos sobre la técnica ¿y si...?, desarrollada por Amaia Crespo. Hoy vamos a dedicar esta entrada a hablar de distintos métodos de escritura destinados a hacernos más productivos y mejores tejedores de historias. ¿Listos? Allá vamos.