Los escritores tienen síndrome de Adán


Porque a veces el worldbuilding se nos va de las manos.

Seguro que en no pocas novelas de género os habéis encontrado con que los personajes llaman de forma compleja o artificiosa a objetos cotidianos. De este modo, un simple martillo se convierte en un golpeador de metales.

Este curioso fenómeno es lo que yo llamo Síndrome de Adán, en referencia al personaje bíblico. Según dice en el Génesis, cuando Dios creó a Adán, lo dejó sentadito en una roca y ante él pasaron todos los animales existentes, a los que fue bautizando uno a uno según se le iba ocurriendo.

Del mismo modo que Adán, los escritores a veces se empachan de worldbuilding (mira que os tengo dicho que es peligroso...) y acaban nombrando hasta a las anodinas cucharas de palo por vocablos complejos e innecesarios.

Pero ¿es siempre negativo jugar con la nomenclatura? ¿Hasta qué punto es necesario o una exageración?

La respuesta a todas estas preguntas la tenéis en el siguiente post ;)



El nombre es identidad

Que los escritores de género disfrutan inventándose cosas no es ningún secreto. De no ser así, no nos pondríamos a construir reinos gobernados por dragones o vampiros que asaltan adolescentes viajando en deportivos caros.

No, nos dedicaríamos a escribir guiones para series policíacas, que se ve que tienen mucho éxito televisivo, los dioses sabrán por qué...

Los escritores, como los magos: nos maravillamos con lo creado

El caso es que nos gusta mucho crear cosas con la imaginación, por eso nos volcamos en desarrollar flora, fauna y geografías propias para nuestras historias. Y eso, apreciados lectores, significa que tenemos que bautizar todo aquello que creemos desde cero.

El problema viene cuando en estos mundos de fantasía inventados incorporamos elementos que existen en nuestra realidad, porque en ese momento se abre el debate: ¿los dejo como están o los re-bautizo para que no desentonen?

Todo depende de la ocasión.



Cuándo NO cambiar los nombres

No es recomendable abusar de la nomenclatura inventada cuando hablemos de objetos cotidianos que no hemos alterado en absoluto en nuestra novela. Entre otras cosas, porque si no aporta ningún matiz de información adicional, solo sirve para crear confusión en el lector.

Tecno-perro

Por ejemplo, a los perros se los llama perros en cualquier lugar del mundo conocido. Y resultaría caótico para un lector que se les presenten como "aulladores domésticos", sobre todo si dichos perros no se diferencian en nada de los nuestros.

En cambio, si estuviésemos hablando de perros modificados genéticamente o con implantes digitales, entonces tiene toda la lógica del mundo que les llamemos "cibercaninos", pues no estaríamos hablando de un concepto ya existente, sino de algo que en nuestro mundo está alterado.



Cuándo SÍ cambiar los nombres

El cambio de nombre es recomendable cuando, como apuntábamos antes, hablamos de seres y objetos existentes en nuestro mundo que se presentan en la novela con ligeras modificaciones.

Otro motivo por el cual cambiar un nombre o una palabra puede ser recomendables es cuando, etimológicamente, esa palabra no puede tener lugar en nuestra novela. Os pongo un ejemplo para que lo entendáis:

El adjetivo draconiano hace referencia a actos o medidas de extrema severidad y tiene su origen en el legislador Dracón de la Antigua Grecia, que como bien podréis deducir, aplicó un código legal riguroso hasta el extremo.

De esto El Maestro sabía mucho

Como puede comprenderse, en nuestros mundos de fantasía no puede aplicarse este adjetivo, pues no existe la figura que le dio origen. Por ese motivo, deberíamos parasitar la Historia y aplicar un cambio de nombre.

Así por ejemplo, podríamos inventar al antiguo legislador Ahlon y referirnos a sus duras medidas como "ahlonianas". Y no me miréis tan raro, que Terry Pratchett ya lo hizo con Vetinari y otros muchos personajes.



Con estos consejos, espero que os sintáis más orientados a la hora de jugar con los nombres de las cosas en vuestras novelas de ahora en adelante.

¿Vosotros qué opináis? ¿Hay más motivos para no cambiar los nombres de seres y objetos? ¿O existen razones de peso para hacerlo?


¡Nos leemos! ^^

3 comentarios:

  1. Anónimo7/2/19 12:57

    Buenos días, Alister:

    Estoy bastante de acuerdo con el apartado "Cuándo SÍ cambiar los nombres", PERO (esperabas un "pero", confiésalo" :p) es genérica y peligrosa hasta el punto de eliminar de un manotazo toda nuestra historia y etimología.

    Pongo solo un ejemplo, para no hacerme pesada: para vivir en un país laico, usamos de forma exagerada expresiones que remiten a la religión cristiana. ¡Jesús! ¡Cielo santo! O, simplemente, pecar y expiar dichos pecados.

    Con todo esto no pretendo echar tu teoría por tierra. De hecho, me gustan los ejemplos que pones porque invitan a la reflexión previa a construir nuestro propio universo o valorar el de otros. Pero sí que querría advertir sobre el quebradero de cabeza en que puede convertirse el llevarla a cabo con consistencia.

    Gracias por tus artículos; es un placer leerte.

    ¡Saludos!

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    1. Los pero son siempre bienvenidos. Y más si sirven para enriquecer un artículo. Dicho esto, vamos al lío.

      Entiendo a lo que te refieres, pero no considero que hacer estas modificaciones sea un drama ni que maten nuestra etimología.

      Sobre lo de cargarnos nuestra historia, salvo que estemos escribiendo sobre nuestro mundo, esa no tendría ni que importar realmente. Para eso está el worldbuilding, para construir la historia de nuestro propio mundo.

      Sí que podemos aprovechar nuestras propias expresiones si estas no alteran la lógica del mundo. En un universo regido por una diosa no tiene sentido exclamar "Jesús" ni "Por Dios". Eso sería un acto de vagancia muy subsanable con un poco de esfuerzo. En cambio, en una realidad dominada por una deidad masculina, decir "Por Dios" no desentonaría en absoluto.

      No es tan quebradero realmente. En la actualidad puede oírse de forma equiparable a gente exclamando "¡Por Crom!" o "Buenos días nos de Cthulhu". Son expresiones sencillas que sustituyen a las de nuestro no tan laico país.

      Como todo, la clave está en el aurea mediocritas: el secreto está en ejecutar la técnica con cabeza y sentido común ;)

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  2. Me ha gustado muchoo, gracias por compartir esta reflexión :))

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