Soy escritor y voy a decepcionarte


Porque la decepción está a un tuit de distancia...

El siglo XXI ha traído consigo una revolución a la hora de comunicarnos. Las redes sociales han exterminado la idea de distancia y nos han permitido contactar fácilmente con personas que se hallan en la otra punta del mundo.

Para los lectores, esta revolución ha supuesto poder acercarnos a nuestros ídolos, los escritores, de una forma más directa de lo que nunca fue posible décadas atrás. Y esto, estimados lectores, no es tan maravilloso como puede parecer a simple vista.

Y es que puede darse el caso de que, una vez localizado nuestro ídolo en RRSS, resulte ser este un verdadero capullo con el que no empatizamos en absoluto. Entonces, toda la admiración que por él sentíamos, se convierte en decepción.

Con el fin de evitar que algo así pueda sucederos, en este artículo desgranaremos con técnicas de probada utilidad la mejor manera de lidiar con escritores a los que amamos y odiamos. ¡Espero que lo disfrutéis! ;)




1. Diferenciar entre autor y obra

Lo más importante es que aprendamos a separar entre un buen libro y una buena persona. Que nos guste cómo escribe un escritor/a no convierte a este sujeto en alguien admirable o en una persona con la que podamos tener feeling o empatizar.

Pongamos un ejemplo muy claro de esto: Lovecraft es un autor admirado por los fanáticos de la literatura de terror a nivel mundial. Su obra es una delicia a nivel literario y nadie puede discutir que el caballero sabía escribir.


Sin embargo, aquí el amigo era una persona muy racista que despreciaba a las personas negras por sistema. De hecho, solía retratarlas en sus textos como personas de bajo intelecto y oscuras intenciones.

¿Significa eso que leer y disfrutar a Lovecraft esté mal? ¿Es ese racismo motivo suficiente para devaluar su trabajo?

Pues lo cierto es que no. Simplemente demuestra que el caballero, como todo hijo de su tiempo, tenía conductas racistas que en absoluto influyen en sus aptitudes como escritor, pero sí en su calidad como persona.



2. Los valores de sus textos no son los suyos

Escribir es un acto creativo que consiste en recrear otras realidades por medio de las palabras. Es decir: el escritor es un arquitecto de los mundos ficticios que crea a base de darle a la tecla durante horas.

Por lo tanto, es muy posible que las ideas de los personajes que aparecen en una novela no tengan nada que ver con los valores personales de su autor, ni tampoco con su concepción de la vida.

A la mente me viene por ejemplo la obra de Sergi Álvarez, cuyo protagonista y narrador (es una novela escrita en primera persona) es un misógino de manual.

El Silenciador, por Sergi Álvarez

Que el personaje haga gala de semejante talante no es sinónimo de que su autor piense de este modo, solo de que tiene una gran capacidad de comprensión de la mente humana que le permite recrear pensamientos y posiciones con los que a título personal no comulga.

Lo mismo puede ocurrir a la inversa: podemos encontrar una obra que ensalza los valores de la lucha por la libertad y los derechos humanos y que luego su autor resulte ser una persona horrible y clasista que desprecia a los menos favorecidos, a las mujeres y a los inmigrantes.



Ahora que ya hemos diferenciado entre un autor su obra, llegó el momento de enfrentarnos a una cuestión que angustia a todo lector: ¿podemos repudiar a un autor y a la vez admirar su trabajo?



1. Con los muertos es más fácil

En el caso de que el autor ya haya pasado a mejor vida, lo cierto es que es relativamente sencillo amar su obra y despreciar las conductas personales que pudiera llevar a cabo mientras aún respiraba.

Podemos aplicar esto al antes citado Lovecraft o a otro autor del que ya hablamos hace un tiempo: Charles Bukowski.

No sé cómo se lo hace para servir siempre de mal ejemplo didáctico

El caballero, que por lo demás escribía con una fluidez y naturalidad admirables, hizo gala hasta el último segundo de su vida de una actitud violenta, pendenciera, misógina y con más de una pincelada de ludopatía. El marido que cualquiera desearía, vaya.

Ahora bien, dado que sabemos de antemano qué clase de persona era, difícilmente nos pueda decepcionar esta actitud o hacer que sintamos odio hacia su trabajo. A fin de cuentas, los muertos rara vez pueden obrar de forma decepcionante por una cuestión bastante evidente.


2. ¿Y qué pasa con los vivos?

Con los autores que respiran esto resulta bastante más complicado, pues en cualquier momento pueden hacer un discurso que ofenda nuestras ideas o realizar un acto reprochable que nos haga plantearnos si merece la pena admirar a esta persona o nos estamos equivocando.

Permitidme que os hable aquí como ejemplo de mi relación de amor-odio con Arturo Pérez-Reverte.

A mí me gusta mucho la forma de escribir que tiene este señor (soy muy fan de Alatriste) y lo bien que recrea escenarios históricos. Le he leído desde muy joven y lo cierto es que de vez en cuando aún le doy un repaso a alguno de sus libros.

Aquí le tenéis: el señor Reverte en modelo de otoño-invierno

Sin embargo, como persona el señor Reverte no solo no me causa simpatía, sino que llega a causarme repulsa. En especial me indigna su paternalismo y su poco tacto cuando se trata de hablar sobre feminismo, pues queda patente que su sapiencia no abarca ese tema (ni lo roza de casualidad).

Esto me causa cierto dilema moral, pues por una parte disfruto con el trabajo de este caballero, pero por otro lado, me niego a apoyar a una persona que desde su cátedra privilegiada se permite hacer chanza con temas que me duelen o decide tratarlos con condescendencia y burla.



3. Las posibles soluciones

Lo más importante ante una situación así es no desesperar y tener bien claras dos cosas: ni el autor es su obra, ni nosotros somos peores personas por disfrutar con el trabajo de un desalmado.

No hacerlo así nos llevará a reduccionismos tan bárbaros como señalar a cualquier lector del Mein Kampf como a un simpatizante del nazismo.

Hecho esto, el siguiente paso es no dejarnos llevar por la ira y asumir de forma madura y responsable que nuestros ídolos no tienen por qué ser santos de nuestra devoción

Tras esto, he aquí una lista de acciones que podemos llevar a cabo a fin de canalizar esta situación:

a) Silenciar/bloquear a esta persona en RRSS:

Que nos guste su trabajo no nos obliga a tener que leer comentarios que puedan molestarnos por diferencias ideológicas o de creencias (entre otras). Ojos que no ven, corazón que no siente.


b) Leer sin apoyar

Podemos seguir leyendo a estos escritores sin por ello convertirnos en fans acérrimos de su trayectoria profesional como escritores.

Por ejemplo, podemos evitar ir a presentaciones suyas u otros actos, porque sabemos que con un micrófono en la mano tienen más peligro que un mono con un triciclo en medio de la autopista. 

También podemos, en lugar de ir a la librería el día que sale su última novela, dejar pasar unos meses antes de adquirirla o pedirla prestada a un amigo/tomarla prestada de la biblioteca pública.

Y no, eso no os hace peores personas: el dinero de un lector es suyo y solo él decide cómo y en qué va a gastarlo sin que los escritores tengan nada que decir al respecto.



Ah, por cierto, escritores que me leéis: sabed que todos y a cada uno de nosotros sin excepción tenemos entre nuestros lector a personas a quienes nuestra obra les fascina pero nuestro talante les ofende.

Saber eso y aceptarlo, nos hace más felices. A fin de cuentas, es casi imposible ser bueno a ojos de todo el mundo y cuanto antes lo asumamos, mejor salud tendremos.


¡Nos leemos! ^^


2 comentarios:

  1. Acabo de descubrir tu blog gracias a in enlace y estoy al 100% de acuerdo con lo que dices. Yo misma escribí hace años un post semejante en mi blog, aunque referido a mi campo, que es el arte. Me he suscrito a tu blog porque quiero seguir leyéndote

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